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celente punto de marca para entrar al puerto. Como la «Roca Porteña», es resto vetusto de un antiguo peñón destruido por la formidable acción del tiempo y de los elementos y cuyos restos se hallan esparcidos alrededor del monolito principal, adherido aún a la montaña y sobre una pequeña eminencia rodeada de enormes piedras sueltas.

«Tower» o «Britannia Rock» mide diez metros de alto por tres de diámetro y recuerda el enorme tronco petrificado de algún Baobab, gigante de las selvas africanas, transportado por el fósforo del cerebro a las áridas playas patagónicas. A un tercio de su altura se divide en dos ramas, la una mayor que la otra, forma que le da el mencionado aspecto. La roca que la constituye es el mismo pórfiro de los alrededores. La fisonomía que desde lejos le comunican los musgos y líquenes que han arraigado en las grietas, hacen de este interesante monumento geológico, uno de los objetos más dignos de mención que pueden citarse en Puerto Deseado. A sus inmediaciones parece que de tiempo en tiempo acampa alguna tribu indígena, pues se notan huesos de animales, destruídos y comidos, sobre todo de guanacos y caballos;—el día de nuestra salida de ese puerto vimos un fornido caballo salvaje que pastaba tranquilo al costado de una hermosa piedra y que relinchaba al ver las blancas velas de la «Santa Cruz».

Faltándole valle extenso y agua dulce en abundancia, creo que este punto sólo puede ser colonizado en pequeña escala, pues apenas hay suficiente tierra, pasto, agua en la cañada y en los pozos, y caza, para un centenar de colonos. El fuerte es de posible reparación, y trayendo de Buenos Aires o del Estrecho de Magallanes maderas, para techos y puertas, podría ser ocupado por una pequeña fuerza militar. Entonces sería cuando, enviándose al interior expediciones en busca de terrenos