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da, en el momento en que la visitamos, por millares de pájaros.

A excepción de los pengüines, cuyas formas no les permiten trepar esas paredes abruptas, todas las especies aladas que habitan las costas del mar antártico se dan cita bulliciosa en este paraje. Esta isla puede contener aún dos mil quinientas toneladas de huano.

No dudo que su presencia aquí, sea el signo de un levantamiento en tiempos no muy lejanos, pero el cual no ha sido el agente que ha separado la isla de la tierra firme, pues ésta no muestra ninguna alteración ni diferencia en su estratificación horizontal.

El embate continuo de las poderosas olas, durante las tempestades, sobre todo cuando éstas coinciden con las grandes mareas, ha motivado este fenómeno, y los grandes fragmentos de roca que han quedado en el espacio comprendido entre ambas murallas, semejan enormes cubos, trabajos de cantería, restos de una construcción ciplópea destruida, entre los que crecen algas y bajo los cuales se ampara más de una población marina.

Inmediata a la isla en las barrancas que limitan la costa, al nivel de la playa, encontramos una caverna curiosa, en cuya entrada, los marinos que han visitado esta bóveda natural, han grabado sus nombres: los imito, dejo mis iniciales y penetro a caballo a ella, por un pasadiso, largo de unos ocho metros. En el interior, una pieza de más o menos doce metros de ancho, casi circular, de techo elevado de cuatro metros y abovedado, constituye la caverna, que está enlozada con grandes fragmentos de arenizca endurecida.

La luz sólo penetra por la entrada, así es que se goza adentro de una agradable penumbra, y donde, si en un principio la transición desde la claridad fuerte del día, enceguece y no permite