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sos insectos, que por más cuidado que se tenga atacarán indefectiblemente.

El jefe Conchingan se halla enfermo de una oftalmía purulenta que se ha declarado hoy, pero esto no obsta a que trate de agasajarnos de la mejor manera posible, después que le he hecho algunos regalos y prometídole otros, si consigue cumplir mis deseos.

Esta enfermedad que lo aqueja es muy común en los indios que habitan la Patagonia, y en su desarrollo debe influir mucho la vida nómade que llevan, siempre expuestos a la intemperie, sufriendo las grandes humaredas de los incendios, y sobre todo la irritación que sobreviene después de las grandes borracheras.

Conchingan me dice que le es muy agradable y honroso que un comandante haya llegado a su casa a visitarlo y que puedo contar con su influencia para que los demás indios, que dependen de él, me alquilen los caballos necesarios para mi expedición. Por su parte siente, sin embargo, no poder hacer gran cosa en mi favor, pues su tropilla ha sufrido mucho en las boleadas que han tenido lugar estos días y está casi imposibilitada de prestar servicios.

Sólo María y su pelado predilecto tienen dos caballos disponibles que quizás podríamos utilizar, en caso que el precio que ofrezcamos por su alquiler le convenga. Aconsejará además a otro indio amigo suyo que nos proporcione algunos, en las mismas condiciones.

Antes de principiar el trato, que es asunto importante, pues el indio jamás está contento con lo que se le da, considerándolo todo insuficiente, María quiere que almorzemos con ella, en lo que tengo que consentir, aún cuando sé el suplicio gastronómico que me aguarda. En las tolderías no es bien mirado que el viajero consuma sus provisiones, cuando iguales hay en ellas, y rehusando el ofre-