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llegar a los cuales, aunque no distan, el más cercano, dos metros del de Conchingan, hay que hacer un peligroso viaje, pues el arribo a ellos es casi imposible sin serio peligro; a causa de los perros centinelas, tengo que envolverme en un quillango. De otra manera, los citados animales, que no conocen los deberes de la hospitalidad, hubieran dado pronto cuenta de mis pantorrillas. Trasformado en tehuelche de una manera tan exacta que mis enemigos no conocen el disfraz, consigo, en el toldo de Bera (otro indio gigante), dos caballos más, al mismo precio que los otros.

En otro toldo vive Juan Caballero con su novia, la china Losha, joven viva y coqueta en extremo, que tiene trastornado al pobre fueguino.

Desgraciadamente para él, los padres de ella conocen la belleza de su hija, y la consideran, con fundamento, la más hermosa Ahonnecke que habita estos toldos, y los vehementes deseos del pobre enamorado chocan contra el gran precio que los poco compasivos progenitores de Losha quieren obtener por ella. ¡Seis caballos! es demasiado caro para quien no posee uno solo, viviendo de prestado, y el infeliz Juan ha tenido que dejar para tiempos mejores, que es probable no lleguen nunca, la oportunidad de ser dueño exclusivo de la risueña china. Sin embargo, más de una vez pone hoy a contribución mi escasa provisión de regalos, para poder conservar encendido el amor que ella siente por él, y que probablemente se hubiera apagado a no tener a mano las mantas rojas, los espejos, las cuentas y las sortijas que hay en mi equipaje.

Con los cuatro caballos conseguidos, agregándoles los de que dispone Isidoro, tengo ya los necesarios para el viaje, y aunque ninguno de ellos es bueno del todo, no quiero insistir en obtener mejores, temiendo que los volubles tehuelches cambien de opinión, y desconfiando de nosotros, no