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la dieron y al oir los tiros no solo se espantaron los caballos sino tambien ellos.

Nos convidaron a sus toldos; fuimos con ellos a un llano entre cerros en donde tenian sus toldos. Cada toldo se compone de siete a ocho estacas clavadas y cubiertas con cueros de caballos y venados bien bruñidos. Nos dieron por alojamiento el toldo del cacique Mancúuvunay y para recivirnos saco dos pellones negros, los que puso sobre un cuero de caballo y nos mandó sentar. Luego comenzaron a tratar unos con otros y todos se hicieron compadres. Mandó el cacique matar un carnero para mi: el primero que nos vio, sin que nosotros le viesemos mato otro para Don Diego Barrientos: y el que nosotros vimos primero otro para Don Nicolas Lopez. Se asó la pierna de uno y de puro gordo apenas se podia comer. Nos dieron sal mui rico, y a mi juicio es mejor que la de Lima. Toda la tema de Mancúuvunay era decirme si eramos de un corazon? y por mas que yo le respondia que si, jamas dejaba de la boca esta pregunta. Sospechamos algun misterio en tanta repeticion, y le preguntamos si dudaba de mi palabra? que yo no venia a su tierra por hacerle daño alguno, sino a buscar su amistad, que para eso nos habia mandado el Governador de Callvuco (no entienden por Chiloe) y assi que no sospechase de mi. Me contestó diciendo, que pocos dias hacia que havian llegado a otra tierra cercana, a la suya unos Españoles de Buenos Aires, y que despues de haberlos agasajado los Indios, y dadoles caballos para su retirada al tiempo de la despedida los habian llevado presos a todos, y presumian que nosotros hariamos lo mismo con ellos. Procure disuadirlo de ello, y aunque decia que me creia, siempre continuó con su recelo. Preguntéle por los Españoles y me dijo, que no los havia ni al norte ni al Sur.

Despues tomé el Brebiario para rezar, lo cogió el cacique, le enseñe las láminas, pero en nada reparó, sino en las letras coloradas. Fui a rezar, y quando volví le encontré con las manos juntas diciendo atágnen atagnen, malo estoy, que me atarán, y era que quando yo estaba rezando presumió que estaba yo haciendo algun encanto para acabar con ellos. Asi se lo dijo al sarjento y a otros.

A media tarde llegó otro cacique, llamado Cayeco, con un