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La propaganda literaria.

niña y los amigos de ambas casas; pero Byron la amaba triste y gravemente, sin tener conciencia de si mismo, y sin que ningun pensamiento impuro penetrara en el paraíso de su alma. Cuando ella le dió su retrato, una cópia de su blancura, que envidiarla la nieve, de sus rosadas mejillas, de sus rubios cabellos, caidos en bucles sobre la espalda, de sus azulados ojos, Byron le dijo en uno de sus primeros versos, que prefería aquella hermosura dibujada en el lienzo, muerta, á todas las hermosuras vivas, á, excepcion de la que habia puesto aquel retrato sobre su pecho. Esta inquietud de su alma, esta precocidad de todos los sentimientos, esta eflorescencia anticipada de la vida; la lectura de los profetas, que despertaban no aprendidos cantos en su fantasía; las páginas de la historia que le arrastraban á conversar conn los héroes de otros tiempos, y á verlos pasar evocados por sus ideas; el amor prematuro que le sonreía ya en la niñez; como uno de esos árboles floridos ántes de la primavera; sus paseos solitarios á las cimas de las montañas para ver primero que los demás mortales el sol y para seguir con la vista errante el vuelo de las nubes y de las águilas, y recoger en su oido el rumor de las selvas y de las cascadas; todo ato eran señales de esa enfermedad febril que se llama génio; de esa sed infinita por un ideal nunca alcanzado; de ese dolor que sienten los artistas, dolor de todos los momentos, dolor sin trégua, perseguidor implacable hasta en el reposo del sueño, engendrado por la desproporcion inmensa que hay entre la idea soñada y la idea realizada, entre la hermosura concebida por la mente en su pureza y la hermosura amortiguada en las palabras y en las formas; mal