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VIII
JAVIER GÓMEZ DE LA SERNA

El libro debe, pues, publicarse. Es el primer soplo de justicia que va de España á Filipinas, y para nuestro país será una lección de cosas. Enaltecerá á España en el Archipiélago y en Europa, porque prueba que fué ajena a la estúpida y mortal tragedia de Manila, tragedia que los imbéciles creyeron que afianzaría para siempre nuestro dominio, y que lo cortó bruscamente, porque ese medio tuvo tantos fracasos como empleos en la Historia. ¿No sabían que la sangre nunca consolidó la idea de los verdugos, sino la de las víctimas?




La figura humana de Rizal es digna de profundo estudio. Vivió treinta y cinco años; á los veintisiete había dado la vuelta al mundo; fué médico, novelista, poeta, político, filólogo, pedagogo, agricultor, tipógrafo, poliglota (hablaba más de diez lenguas), escultor, pintor, naturalista, miembro de célebres Centros científicos europeos, que dieron su nombre á especies nuevas por él descubiertas; vivió y estudió en las grades capitales de Europa y América; el índice de sus libros y escritos varios ocupa no pocas páginas de este volumen. Dedicaron á su muerte veladas y recuerdos necrológicos varias Sociedades científicas, y la Prensa de todo el mundo. Ese fué el hombre que fusilamos.

Salió estudiante de su país el 82; cursó brillantemente en España las carreras de Medicina y Filosofía y Letras; volvió a Filipinas el 87 para marcharse el 88; tornó el 92 para ser desterrado á los pocos días, y salió del destierro el 96 para ser fusilado, no obstante haberse esclarecido que en los últimos cuatro años de su vida y destierro no se mezcló directa ni indirectamente en ningún asunto político de su país.

Caballero sin tacha, bondadoso, dulce, delicado y valiente, era tal la atracción de sus virtudes, que los oficiales de nuestro Ejército que lo guardaban, se hacían 8118 íntimos: ano fué relevado por ello, por querer tanto á Rizal.

Yo le conocí en Madrid. Limpio y atildado; semblante triste y reflexivo; voz siempre suave; ni gritos, ni risas destempladas; poco aficionado á diversiones y devaneos, sin duda porque dejó latente, allá en su rivera del sol, ese primer amor virginal que en la ausencia, cuando no muere, hace casta toda una vida…

¿Cuáles eran sus ideales? ¿Preguntáis los del joven todavía inexperto, que no ve dificultades, matices ni gradaciones? La inmediata independencia de su país á toda costa, aunque nada hizo, ni podía, el pobre estudiante para realizarla. No había delito en aquel senti-