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W. E. RETANA

propicia, una de las muchachas pidió á María Clara que cantase algo.— «Todas mis canciones son tristes!» —objetó la novia de Crisóstomo; mas como insistiesen los excursionistas, Clara tomó el arpa y al son de sus cuerdas cantó esta canción:

«¡Dulces las horas en la propia patria
Donde es amigo cuanto alumbra el sol,
Vida es la brisa que en sus campos vuela,
Grata la muerte y más tierno el amor!

»Ardientes besos en los labios juegan,
De una madre en el seno al despertar,
Buscan los brazos á ceñir el cuello,
Y los ojos sonriense al mirar.

»Dulce es la muerte por la propia patria[1],
Donde es amigo cuanto alumbra el sol;
Muerte es la brisa para quien no tiene
Una patria, una madre y un amor.»

Las amigas de María Clara se enternecieron. Mas no tardó en restablecerse la alegría; la cual fué poco duradera, porque, de pronto, se presentó un caimán «arrollado sobre sí mismo» (?). El Piloto (un tal Elías) logró atrapar al reptil y subirlo á la plataforma de la embarcación; pero el caimán se las compuso de modo que tornó al lago llevándose al Piloto de reata. Las mujeres se asustaron. «Rápido como el rayo, cayó otro cuerpo al agua; apenas tuvieron tiempo de ver que era Ibarra.» — El Piloto le debía la vida; así se lo confesó. Y dándose por terminada aquella expedición tan pródiga en emociones, trataron de abordar á la orilla, «en aquel bosque de árboles perteneciente á Ibarra. Allí á la sombra y junto al cristalino arroyo almorzarían entre las flores ó debajo de improvisadas tiendas».

Ya en el bosque, y cuando más alegres estaban todos, descolgóse el lacio P. Salví. Todos comieron más o menos alegres, excepto el fraile, que estaba azoradísimo. (La noche antes había deslomado á palos, hasta matarlo, con ayuda del sacristán, á un niño monaguillo.) Concluyóse el almuerzo, y las muchachas se pusieron á jugar con un libro titulado «La rueda de la Fortuna»; y como esto no le pareciera bien al cura, tomó el libro y «rasgo con ira sus hojas»; y realizada tan brutal hazaña, el P. Salví se volvió al pueblo. Su marcha agradó á los de la fiesta: renació la alegría, y habría durado sin interrupción hasta el final si no hubiera sido por la inopinada presencia de cuatro guardias civiles (indígenas) con su sargento (español), el cual, por vía de saludo, disparó este aviso:


  1. Una vez más vese el anhelo de Rizal de morir por la patria.