Página:Vida y escritos del Dr. José Rizal, por Wenceslao Retana.pdf/136

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
116
W. E. RETANA

inaugurar la escuela que á su costa iba á erigirse. — Es de advertir que durante la misa, un hombre (el Piloto) le había dicho al oído:

«—En la ceremonia de la bendicion no os alejeis del cura, no descendais al foso, no os acerqueis á la piedra, que va la vida en ello!»

En efecto; llegó el día señalado; la cabria había sido construida con trampa, á fin de que la primera piedra aplastase al generoso filipino; pero éste, avisado, se las compuso de suerte que, aunque la cabria estalló, pudo salir sano y salvo de aquel trance.— «Al oir su voz, María Clara (que era una de tantas concurrentes) sintió que la abandonaban las fuerzas y cayó medio desmayada en brazos de sus amigas.» — Comentario del filósofo, cuando se enteró de lo ocurrido:

«—Mal comienzo, hm!»

Ibarra corrió á su casa á ponerse ropa limpia. «Estaba concluyendo de arreglarse, cuando un criado le anunció que un campesino preguntaba por él. Suponiendo fuese uno de sus trabajadores, ordenó que le introdujesen en su despacho ó gabinete de estudio, biblioteca á la vez que laboratorio químico.» El recién llegado no era otro que el Piloto, Elías. Éste y Crisóstomo sostuvieron larga plática. Elías le previno que tenía poderosos enemigos: Ibarra, que era todo buena fe, quedóse confuso!… Acabó por dar al olvido su conversación con el Piloto, y obsequió con un espléndido banquete á todo lo más lustroso de San Diego. Verificábase el banquete; á la mitad de la comida, recibiéronse telegramas del Capitán general anunciando su próxima llegada al pueblo, y que se hospedaría en casa de Tiago, padre de María Clara… Los frailes se disgustaron… ¡No estaba bien que en vez de parar en el convento, el General lo hiciese en casa de Tiago! «El cura grande» profirió algunas inconveniencias, y las más punzantes fueron enderezadas contra Ibarra; llegó á decir, dirigiéndose al Alcalde mayor (español), que era uno de los comensales:

«—V. ya conoce lo que es el indio: tan pronto como aprende algo, se las echa de doctor. Todos esos mocosos que se van á Europa…

»—Pero ¡oiga V. R.…!, interrumpió el Alcalde, que se inquietaba por lo agresivo de aquellas palabras.

»—Todos van á acabar como merecen, continuó; la mano de Dios se ve en medio, se necesita estar ciego para no verlo. Ya en esta vida reciben el castigo los padres de semejantes víboras… se mueren en la cárcel ¡je! ¡je! como sí dijéramos, no tienen donde…

»Pero no concluyó la frase. Ibarra, lívido, le había estado siguiendo con la vista; al oir la alusión a su padre, se levantó y de un salto, dejó caer su robusta mano sobre la cabeza del sacerdote, que cayó de espaldas atontado.

»Llenos de sorpresa y terror, ninguno se atrevió á intervenir.