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W. E. RETANA

fluencia poderosa del Capitán general. Mas hé aquí que una noche, hallándose Ibarra en casa de su novia, se oyen detonaciones: era que habían asaltado los «descontentos» el cuartel de la Guardia civil. Ibarra comprendió que aquello era grave, y se fué á su casa á recoger los papeles: debió de darle el corazón que, a pesar de su inocencia, le podría pasar algo… Y le pasó, efectivamente: le llevaron preso. ¡Decíase que la conspiración estaba por él fraguada! En el corto tiempo que medió desde que llegó a su casa y el momento en que la Guardia civil le detuvo, pudo, sin embargo, meter en un saco papeles y dinero. Este saco quedó sobre la mesa… Elías, «saltando cercos y tapias, y trepando por una ventana», entró en el gabinete de Crisóstomo… La Guardia civil se acercaba; estaba ya á dos pasos… Elías «tomó entonces una resolucion: amontonó ropas y papeles en medio del gabinete, vació encima una lámpara de petróleo y prendió fuego. Ciñóse precipitadamente las armas, vió el retrato de Maria Clara, vaciló… lo guardó en uno de los saquitos, y llevándoselos, saltó por la ventana.»

Elías, hombre-Providencia para Crisóstomo, hizo esto precisamente á las pocas horas de haber sabido que Ibarra era biznieto de un español que había sido el causante de la ruina, de la desgracia y del desprestigio de toda la familia del Piloto.

Los frailes sacaron hondas y transcendentales deducciones de lo acaecido en el cuartel, y acusaron á Ibarra de haber pretendido realizar toda una revolución. Los aprehendidos por la Guardia civil fueron tratados cruelísimamente; atormentados de la manera más inhumana. Uno de ellos murió víctima del furor de los guardias; éstos pretendían que los bandidos declarasen que era Ibarra el organizador de la abortada revolución; y ninguno quiso declararlo, no embargante las torturas á que fueron sometidos. A Ibarra le condujeron á Manila. Entonces murió el filósofo, poco menos que de indignación. Los que habían sido amigos de Ibarra, nada querían con él; hasta renegaban de haberle conocido. La esposa del Capitán Tinong, antiguo amigo de Ibarra, creyó del caso, como medida previsora, regalarle al Capitán general «un anillo de mil pesos de valor»… Pero nada, absolutamente nada, resultaba contra Ibarra, si se exceptúa la cartita que tantos años llevó en el seno la joven María Clara… Los frailes se agitaron lo indecible para conseguir el fusilamiento del desgraciado muchacho.

Nos aproximamos al fin de la novela. Era de noche. Ibarra, por mediación de Elías, logra evadirse de la prisión; pudo hablar un rato con María Clara, y ella, que le amaba, reiteróle que le amaría siempre. Al propio tiempo le hizo una dolorosa confesión: acaba de saber