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W. E. RETANA

que fuese la inteligencia directiva de la revolución. Elías y Crisóstomo mantuvieron acerca del asunto varias discusiones. En lo que sostiene cada uno, pero señaladamente en lo que dice Elías, está el alma del libro. Véase cómo impagna el catolicismo, instrumento el más eficaz de que se ha valido España en Filipinas:

«—Señor, repuso (Elías) con voz grave; acusais de ingratitud al pueblo, permitid que yo, uno del pueblo que sufre, lo defienda. Los favores que se hacen para que tengan derecho al reconocimiento, necesitan ser desinteresados. Hagamos caso omiso de la mision, de la caridad cristiana, tan manoseada; prescindamos de la Historia, no preguntemos qué ha hecho España del pueblo judío, que ha dado á toda Europa un libro, una religion y un Dios; qué ha hecho del pueblo árabe, que le ha dado cultura, ha sido tolerante con su religion y ha despertado su amor propio nacional, aletargado, destruido casi durante la dominacion romana y goda. ¿Decís que nos han dado la fé y nos han sacado del error? ¿llamais fé á esas prácticas exteriores, religion á ese comercio de correas y escapularios, verdad á esos milagros y cuentos que oimos todos los días? Es ésta la ley de Jesucristo? Para esto no necesitaba un Dios dejarse crucificar ni nosotros obligarnos á una gratitud eterna: la supersticion existía mucho antes, sólo necesitaba perfeccionarla, y subir el precio de las mercancías. Me direis, que por imperfecta que fuese nuestra religion de ahora, es preferible á la que teníamos; lo creo y convengo en ello, pero es demasiado cara pues por ella hemos renunciado á nuestra nacionalidad, á nuestra independencia, por ella hemos dado á sus sacerdotes nuestros mejores pueblos, nuestros campos y damos aún nuestras economias con la compra de objetos religiosos. Se nos ha introducido un articulo de industria estranjera, lo pagamos bien y estamos en paz…» (Pág. 273.)

Conceptos como éstos, los hay á centenares. Niega el dogma de la Comunión y la existencia del Purgatorio; escarnece la Bula de la Cruzada; se mofa de los santos, de las procesiones, etc. Y el concepto que le merecen los antiguos y modernos españoles lo concreta Elías en estas pocas palabras, contendiendo con Ibarra: «—…reconozco que una verdadera fé y un verdadero amor á la Humanidad guiaban á los primeros misioneros que vinieron á nuestras playas; reconozco la deuda de gratitud hácia aquellos nobles corazones; sé que la España de entonces abundaba en héroes de todas clases, así en lo religioso, como en lo político, en lo civil y en lo militar. Pero porque los antepasados fueron virtuosos, ¿consentiríamos el abuso en sus degenerados descendientes? Porque se nos ha hecho un gran bien, ¿seríamos culpables por impedir que nos hagan un mal?»