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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

Los diálogos entre Elías é Ibarra ofrecen de particular que Elías, el plebeyo cuasi intonso, convence más que Ibarra, el señorito instruído. Ibarra refuta como puede las razones de Elías; pero Elías no cede; Elías quiere la revolución: Ibarra le aconseja calma; hay que esperar; además, los hombres que se lanzasen al campo serían pocos y no tendrían pertrechos…

[Elías:] —«¡Esperar, esperar equivale á sufrir!»… «Solos, en verdad, somos nada; pero tomad la causa del pueblo, uníos al pueblo, no desoigais sus voces, dad ejemplo á los demás, dad la idea de lo que se llama una Patia!»… ¿No veis como todo despierta? El sueño duró siglos, pero un día cayó el rayo, y el rayo, al destruir, llamó la vida; desde entonces (alude á los ejecutados en 1872) nuevas tendencias trabajan los espíritus, y esas tendencias, hoy separadas, se unirán un día guiadas por Dios. Dios no ha faltado á los otros pueblos»… «Sin lucha no hay libertad»… «Sin libertad no hay luz»… «el combate comienza en la esfera de las ideas para descender á la arena, que se teñirá en sangre; oigo la voz de Dios, ¡ay de los que quieran resistirle! para ellos no se ha escrito la Historia!»

Elías es un iluminado; hay mucho de épico en su lenguaje incorrecto. Y ¡quién había de decirlo! Andando los años, este mismo diálogo, en su esencia, se reprodujo en Dapitan. Vivía allí, proscripto, Rizal; y allí llegó, en 1896, el joven médico Pío Valenzuela, con el pretexto de una consulta facultativa, pero sin más objeto que presentar, en nombre de Andrés Bonifacio, un ultimátum sobre el proyecto de lanzarse al campo de la revolución: Rizal, como Ibarra, dijo cien veces «¡no!»; juzgó una locura semejante idea; expuso cuantos razonamientos le sugirió su gran inteligencia… Valenzuela regresó á Manila; refirió á Bonifacio la entrevista, y Bonifacio, después de proferir toda suerte de injurias contra Rizal, á quien calificó de «cobarde», poco tiempo después iniciaba la insurrección que dió al traste con la dominación española.

En Noli me tángere, los discursos de Elías impresionan mucho más que los de Ibarra; en la historia de lo acontecido, los consejos de Rizal acaban por ser desoídos, y Bonifacio (ó sea Elías) seduce al pueblo, é infiltrándole sentimientos de odio y de venganza, promueve aquella insurrección que costó tanta sangre… El pueblo filipino, al interpretar todo el simbolismo de Noli me tángere, al tener que optar entre Ibarra, el intelectual atildado, y Elías, el plebeyo demagogo, optó por Elías, alma, al fin, de la novela…

Justo es confesar que el hombre que á los veinticinco años logra con un libro suyo conmover un país de siete millones de habitantes, y descollar á manera de gigante sobre esos siete millones de compatrio-