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W. E. RETANA

por ilustrados que fuesen; los inspectores de la instrucción primaria; los que decidían en las elecciones municipales; los inquisidores de la conciencia pública; los que ponían en juego su poderoso influjo para no dejar en paz á quien no les rindiese la más servil pleitesía; en una palabra, contra los amos del país. La juventud filipina iba con el progreso; habíase inculcado á sí misma, principalmente por efecto de lo aprendido en Europa, en la propia España peninsular, un sentimiento elevado de dignidad, y consideraba que el antiguo régimen, el régimen histórico del fraile, era incompatible con ese sentimiento. Lo hemos visto todos (yo con mis propios ojos, no por completo; porque desde principios de 1890, en que salí de Filipinas, las cosas fueron cambiando con rapidez vertiginosa): ni un solo filipino joven, verdaderamente culto, amaba á los frailes; en cambio amaban á los jesuítas, y continúan amándoles, tan españoles como aquéllos[1] sin duda porque los jesuítas no los menospreciaron jamás, antes bien tuvieron siempre por norma de conducta tratar á los filipinos con las debidas consideraciones. Á Rizal —hay que hacerle justicia— se le debe, antes que nada, el haber inculcado, más y mejor que nadie, entre los nacidos en Filipinas, el sentimiento de la dignidad; sentimiento que tanto influyó en evolución del pueblo, que era, antes de las predicaciones de Rizal, de parias; que fué, después de las predicaciones de Rizal, de hombres. Ya supo Rizal lo que se hacía: ese sentimiento ha sido el promotor de todas las grandes revoluciones, desde la Francesa, que proclamó los Derechos del Hombre, hasta la que viene desarrollándose en Rusia. ¡Una colectividad no es un rebaño! Si el filósofo de la Historia de España se ve obligado á abominar de la obra de Rizal, el filósofo de la Historia Universal tiene que ponerla sobre su cabeza: el insigne tagalo contribuyó poderosamente á enaltecer un importante fragmento de la Humanidad.


  1. Hase dicho insidiosamente que los jesuitas, por el carácter internacional que tiene el instituto á que pertenecen, no sentían el patriotismo en el grado que los frailes. Esto es calumnioso. Los jesuitas de Filipinas cortaron su correspondencia (y eso que era científica principalmente) con el Prof. Blumentritt tan pronto como éste se convirtió en defensor público de las ideas de los filipinos avanzados. Con ocasión de la Revolución, el superior de jesuítas, P. Pi, puso su firma en la exposición, ultrarreaccionaria, que elevaron al ministro de Ultramar los superiores de las demás corporaciones religiosas. El primer libro que se publicó, de un sacerdote regular, contra aquellos sucesos, impregnado del más ardiente españolismo, débese al jesuita P. Foradada. Y cuando ya Filipinas no pertenecía á España, los jesuitas, en publicación oficial, impresa en Washington, que constituye ese monumento intitulado: El Archipiélago Filipino: Colección de datos, en dos gruesos tomos en folio con un atlas, escriben en español y respiran el más puro españolismo. ¿Qué más? El folleto Rizal y su obra, de un chauvinismo inaguantable, á ellos se debe exclusivamente.