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W. E. RETANA

mente, lo sintetiza en los siguientes renglones, de la misma citada carta dirigida á su íntimo Naning:

«Visité las más grandes ciudades de América, con sus grandiosos edificios, sus luces eléctricas y sus concepciones grandiosas. La América es indudablemente un gran país, pero tiene aún muchos defectos. No hay verdadera libertad civil. En algunos estados, el negro no puede casarse con una blanca, ni una negra con un blanco. El odio al chino, hace que otros extranjeros asiáticos como los japoneses sean confundidos con ellos por los ignorantes y sean también mal mirados. Las Aduanas son excesivamente severas. Sin embargo, como dicen bien, ofrece una patria para el pobre que quiera trabajar. Hay además muchas arbitrariedades; por ej., cuando estábamos en cuarentena. Nos pusieron en cuarentena, á pesar de llevar patente limpia dada por el Cónsul americano, á pesar de haber estado cerca de un mes en el mar, á pesar de no ocurrir ningún caso de enfermedad á bordo, á pesar del telegrama del Gobernador de Hong-Kong, declarando el puerto limpio; nos pusieron en cuarentena, porque llevábamos 800 chinos, y como entonces se hacían en S. Francisco las elecciones, el Gobierno, para tener votos, alardeaba de adoptar medidas rigorosas contra los chinos para captarse las simpatías del pueblo. La cuarentena se nos notificó verbalmente, sin decir cuánto tiempo iba á durar, y sin embargo, el mismo día desembarcaron sin fumigar 700 bultos de seda; el Doctor de á bordo se fué á tierra, comieron á bordo muchos empleados de la Aduana y el Médico americano, que venía del Hospital de coléricos. Así estuvimos unos trece días ó poco menos (sic); después se nos permitió ir á tierra á los pasajeros de primera solamente, quedándose en cuarentena por un tiempo indefinido los japoneses y los chinos de 2.ª y 3.ª clase. Dicen que así acabaron con una carga de chinos de unos 300, dejándoles morir poco á poco en un barco. No sé si es cierto.

»Atravesé toda la América: vi Niágara, la majestuosa cascada. Estuve en Nueva York, gran población. Pero allí todo es nuevo. Visité algunos recuerdos de Washington, el grande hombre que siento no tenga un segundo en este siglo.

»Me embarqué para Europa á bordo de la «City of Roma», el segundo vapor en magnitud, dicen, que hay sobre la tierra. Á bordo se publica un periódico al fin del viaje. Allí hice conocimientos con mucha gente, y como traía conmigo un yo-yo, los europeos y americanos se quedaban pasmadas de ver cómo yo me servía de él como una arma ofensiva. Podía hablar además y entenderme con todos ellos en sus idiomas. — Esto es el corto resumen de mi viaje…»

Con mayores detalles podrá verse en el diario que sigue, cuyo