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W. E. RETANA

«Yo sé (dice) de un cuñado mío, que está ahora deportado por segunda vez, sin que él ni el General se hayan visto jamás, sin que le formasen causa, sin que supiese de qué crimen se le acusa, salvo el de ser cuñado mío. Yo mismo, el hombre, el Ibarra de V. E. (yo no sé por qué, pues ni soy rico, ni mestizo, ni huérfano, ni las ideas de Ibarra coinciden con las mías), las dos veces que me he presentado en el palacio de Malacañang [residencia del gobernador general], ha sido á pesar mío. La primera, en 1880, porque fui atropellado y herido en una noche obscura por la Guardia civil, porque pasé delante de un bulto y no saludé, y el bulto resultó ser el teniente que mandaba el destacamento; fuí herido traidoramente en la espalda, sin que antes mediasen palabras: me presenté al Sr. Primo de Rivera; no le vi á S. E., ni obtuve justicia tampoco… Y la segunda vez en 1887, porque fuí llamado por el Sr. Terrero, para responder á las acusaciones y cargos que se me hacían por mi obra [Noli me tángere]. Pues bien, ¿cuántos millares y millares de hombres, más dignos y más honrados que Ibarra y yo, ni siquiera han visto la punta del pelo ó la calva de S. E.? Y V. E., que se las echa de conocedor del Archipiélago, ¿con cuántos hombres ha hablado? ¿Cuántos se le han franqueado? ¿Conoce V. E. el espíritu del país? Si lo conociera, no diría que yo soy un espíritu torcido por una educación alemana, pues el que en mí alienta lo tenía desde niño, antes que saliese de Filipinas, antes que aprendiese una palabra alemana; mi espíritu está torcido, porque me he educado viendo injusticias y abusos por do quiera; porque desde niño he visto á muchos sufrir imbécilmente, ¡y porque he sufrido también!; mi espíritu torcido es el producto de esa visión constante del ideal moral que sucumbe ante una poderosa realidad de abusos, arbitrariedades, hipocresías, farsas, violencias, perfidias y otras viles pasiones. Y torcido como mi espíritu, lo es también el de centenares de miles de filipinos, que no han dejado aún sus miseros hogares, que no hablan otro idioma fuera del suyo, y si escribieran ó manifestaran sus pensamientos, tamañito dejarían á mi Noli me tángere, y con sus volúmenes habría para levantar pirámides á los cadáveres de todos los tiranos…»

¡Qué lástima que Rizal no hubiese sido leído en España, pero principalmente por los gobernantes! Cuanto más se ahonda en el espíritu de sus numerosos escritos, más se agiganta la figura del insigne tagalo, prototipo de la dignidad, verdadero representante del sentido común; hombre tan abnegado, que aun á sabiendas de que el hecho de confesar la verdad —¡hoy reconocida por todos, salvas contadísimas excepciones!— le acarreaba disgustos sin cuento (y no sólo á él, sino á su familia además), se imponía el sacrificio de pro-