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W. E. RETANA

escultura preciosa, que las regaló. Muy preocupado vino á verme un día para decirme que tenía que marcharse de la casa, y tal vez de Londres, porque la pasión comenzaba á cogerle y á atraerle hacia una de aquellas jóvenes. Recuerdo sus palabras:— «Yo no puedo engañarla; no puedo casarme con ella, porque tengo otras afecciones que recordar de nuestra tierra y que no me lo permiten; yo no he de cometer la indignidad de cambiar la seducción por un cariño puro y virginal, como es el que pueda ofrecerme.» —Tanta fué la lucha en su espíritu, que abandonó Londres para ir á pasar una temporada á París, en casa de nuestro paisano Valentín Ventura.» Etc.

Al comienzo del otoño (1889) estaba ya establecido en París, ocupado en la tarea de reimprimir los famosos Sucesos del Dr. Morga.


III


Los Sucesos de las Islas Filipinas, por el Dr. Antonio de Morga (México, 1609), constituyen la historia príncipe de aquel país; libro de verdadero mérito, no sólo por el hermoso castellano en que está escrito, sino por la rectitud de criterio en que sus páginas se hallan inspiradas. Realza más el mérito de la obra la circunstancia de que el Autor desempeñó en Filipinas (de 1595 á 1605) cargos preeminentes, tales como el de oidor de la Audiencia, gobernador y capitán general interino, jefe de la escuada que peleó contra un corsario holandés, etc. Tuvo Morga, por lo tanto, una muy grande experiencia personal de muchas de las cosas acaecidas en aquel país; y si á esto se añade que, por los puestos que ocupó, dispuso de numerosos documentos oficiales, dedúcese la importancia extraordinaria de su obra, de la que ningún cronista pudo prescindir. El último capítulo, el octavo, es más bien un suplemento de la relación histórica; en él se contiene la descripción del Archipiélago, con los usos y costumbres de sus habitadores, y constituye un trabajo sobresaliente en su línea. Morga, además, aun siendo, como casi todos los hombres de su época, un buen católico, poseía un tan acentuado espíritu civil y un criterio tan personal de añadidura, que no le consentían ser un admirador sin reservas de cuanto hacían los frailes, y esto debió de duplicar el entusiasmo de Rizal, quien, se nos figura, desde el momento en que leyó los Sucesos acarició el propósito de reimprimirlos, mayormente si tuvo en cuenta que de tan rara y preciosa obra no existía un ejemplar en las Islas Filipinas, pero es que ni siquiera de la traducción inglesa, de-