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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

Por lo que respecta al segundo trabajo, Sobre la indolencia de los filipinos, el tema no era nuevo, y así lo reconoce el propio Rizal; habíalo ya tratado otro filipino culto, el Dr. Sancianco[1], aunque con menos profundidad, extensión y erudición que Rizal, que hace un verdadero alarde de sabiduría, y cita textos á porrillo, antiguos y modernos, para sostener, ampliada, la teoría que había ya sostenido en sus anotaciones á los Sucesos de Morga: que la leyenda de la indolencia de los filipinos carecía en absoluto de fundamento sólido.

Sus amarguras aumentaban. Basta leer algunos de sus artículos, tales como Ingratitudes, Sin nombre, etc., insertos en La Solidaridad, para comprenderlo así. Ingratitudes es una página muy sincera y muy sentida. Por Noviembre de 1889, la lucha entre los dominicos y los secuaces de Rizal hallábase en todo su apogeo: fué preciso que la Autoridad superior de las Islas acudiese personalmente á Calamba, y dirigiese frases de concordia á los colonos. Una de esas frases, contenida en una carta de Manila que publicó El Día, de Madrid (número del 29 de Diciembre siguiente), era ésta: «No se dejen alucinar los pueblos por vanas promesas de hijos ingratos»: Rizal consideróse aludido, y trata de su «ingratitud» con relación á Filipinas, á la Madre-patria, á sus propios padres y finalmente con relación á sus antiguos profesores, los frailes dominicos; y dice, entre otras muchas cosas dignas de leerse[2]:

«Sobre la fina arena de las orillas del lago de Bay hemos pasado largas horas de nuestra niñez pensando y soñando en lo que había más allá, al otro lado de las olas. En nuestro pueblo, veíamos, todos los días casi, al teniente de la guardia civil, al alcalde cuando lo visitaba, apaleando é hiriendo al inerme y pacífico vecino que no se descubría y saludaba desde lejos. En nuestro pueblo veíamos la


    nerosidad. Así los escritores extranjeros, que tantas calumnias han estampado injustamente contra nuestros gobiernos ultramarinos, escritores de naciones que nunca satisfacen su hambre de colonias, tendrán por lo menos esta vez que decir: «Los españoles cruzaron nuevos y remotos mares, extendieron el dominio de la Geografía, descubriendo las Islas Filipinas; hallaron en ellas la anarquía y el despotismo, y establecieron el orden y la justicia; encontraron la esclavitud y la destruyeron, imponiendo la igualdad política; rigieron á sus habitantes con leyes, y leyes benévolas; los cristianizaron, los civilizaron, los defendieron de chinos, de piratas moros y de agresores europeos; les llevaron mucho oro y luego les dieron la libertad.»

  1. En la interesante obra El Progreso de Filipinas: Estudios económicos, administrativos y políticos. Madrid, Vda. de J. M. Pérez, 1881. El Autor era doctor en Derecho civil y canónico y licenciado en Derecho administrativo. — Esta obra es una de las más serias y sesudas que han publicado los nacidos en las Islas Filipinas.
  2. Nos ha parecido conveniente repetir la reproducción de este párrafo, ya copiado en la página 19.