Página:Vida y escritos del Dr. José Rizal, por Wenceslao Retana.pdf/210

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
190
W. E. RETANA

fuerza desenfrenada, las violencias y otros excesos cometidos por los que estaban encargados de velar por la paz pública, y fuera el bandolerismo, los tulisanes, contra los cuales eran impotentes nuestras autoridades. Dentro teníamos la tiranía, y fuera el cautiverio. Y me preguntaba entonces si los países que había allá, al otro lado del lago, se vivía de la misma manera; si allá se atormentaba con duros y crueles azotes al campesino sobre quien recaía una simple sospecha; si allá se respetaba el hogar; si para vivir en paz había que sobornar á todos los tiranos… Todo esto y muchas cosas más aprendí en mi provincia, y he sido ingrato con ella ¡porque no he hecho nada para mejorar su situación!…»

Lamenta luego que en su país «no solamente las culpas de los padres recaían sobre sus hijos, sino también las culpas de éstos recaían sobre aquéllos. Nuestros enemigos [los frailes], que sin duda no tienen padres, no atreviéndose á saciar sus iras en nosotros, ¡se vengan en los miembros de nuestra familia!…» Y tratando luego francamente de los dominicos, dueños de Calamba y profesores de la juventud filipina, dice, para terminar, estas hermosas verdades[1]:

«Si en cambio de la enseñanza que nos dan quieren exigir de nosotros que reneguemos de la verdad, de la voz de nuestra conciencia, que acallemos los gritos de ese algo que Dios ha puesto en nosotros y que llamamos sentimiento de la justicia, para sacrificar á los intereses de su opulenta orden los intereses de nuestra patria, de nuestros semejantes y de nuestros hermanos; nosotros maldecimos y renegamos de su enseñanza, y no espere jamás de nosotros la más pequeña gratitud. La instrucción que fines tan bastardos tiene, no es instrucción, es corrupción, es prostitución de lo más noble que tenemos en nosotros mismos, y francamente, nadie puede pedirnos que le agradezcamos el rebajamiento de nuestra dignidad.

»Les contestaremos, que los maestros que educan á la juventud filipina, deben considerarse como las nodrizas ó los preceptores, que una madre paga para criar á su hijo. Mientras sus intereses no estén en pugna con la verdad y con los intereses de la familia, el hijo debe amarles y ponerse de su lado; entre los intereses de los frailes y los de nuestra patria, estamos por los de esta última: otra cosa sería infame, y el mero hecho de desear nuestra infamia, basta para desmerecer y aniquilar todos cuantos sacrificios hayan hecho por nosotros los que se titulan nuestros preceptores. En lo particular y en asuntos dudosos, no olvidaremos jamás el beneficio recibido.

»Nuestra patria los alimenta y enriquece para que nos instru-


  1. La Solidaridad, núm. 23; Madrid, 15 de Enero de 1890.