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W. E. RETANA

«Y hay, señores, un peligro inmenso, en que tantos y tantos que llegan á conocer lo que significa el reconocimiento de la personalidad humana, que ven cómo aquí se goza de libertad absoluta para escribir, para hablar, para reunirse, cual cumple á pueblos regidos por una verdadera democracia encarnada en la conciencia del país y en las leyes, vuelven á aquel país, para ellos tan querido, á vivir bajo el imperio del sable del Capitán general ó bajo la capucha del fraile.»

De mayor importancia y transcendencia fué todavía el discurso del Sr. Becerra, que sólo hacía meses que había dejado de dirigir el departamento de Ultramar. Dijo el Sr. Becerra, entre otras cosas[1]:

«En cuanto á que la realización de mis planes pueda contribuir á que Filipinas se separe de España, me limitaré á decir ante vosotros, que sabéis de dónde procede tal acusación, que tengo en mi poder una carta de un personaje que me amenazaba á mí, es decir, al Ministro de Ultramar, diciéndome que si me empeñaba en llevar la enseñanza obligatoria del castellano á Filipinas[2], tal vez las Órdenes monásticas tomaran otras disposiciones que pudieran ser contrarias á España, y que á esta carta yo me permití contestar que lo sentiría mucho, porque mientras estuviera en el Ministerio, si á tal se atrevieran las Órdenes, se les aplicaría todo el rigor de la ley, como á cualquiera que atentase contra la patria.» […]

«Pero es que no se puede tener á un pueblo oprimido, porque cuando en tal situación se le coloca, ó degenera en esclavo, ó se para-


  1. La Solidaridad, núm. 51: Madrid, 15 de Marzo de 1891.
  2. Una de las nobles aspiraciones de los filipinos ilustrados, así como de muchos peninsulares. Los frailes fueron de por vida opuestos á semejante cosa: en este respecto, la opinión venía hecha desde hacía muchísimo tiempo, pero mayormente desde que el famoso P. Fr. Francisco Gainza, dominico, catedrático de la Universidad de Santo Tomás, y más tarde Obispo de Camarines, en el voto particular que presentó á la Junta organizadora nombrada por el Gobierno superior civil para redactar un reglamento de primera enseñanza, dijo:— «El principio de la enseñanza en castellano, sancionado por el Código de Indias, reclamado por muchos y celosos funcionarios, y exigido si se quiere por el progreso del siglo, debe considerarse FUNESTO para el país en religión y en política. — Los curas [frailes] aborrecen por instinto que en su pueblo se hable el idioma de su patria, y la experiencia nos enseña que ese instinto es racional.» —Ahora mismo, en Nuestro Tiempo, de Madrid, número del 10 de Febrero de 1907, acaba de publicarse un articulo, que firma Sincero Ruiz, que termina con los siguientes renglones:
    «Tómense como se quieran, los hechos hablan solos. Las comunidades religiosas, no sólo han hecho que España pierda antes de tiempo sus colonias filipinas, sino que han inferido un daño más hondo y perdurable: por unos cuantos millones á que en último término vino á reducirse la herencia y la gratitud de sus trabajos evangelizantes, estafaron el alma de la raza que les dió vida, estafaron el habla castellana en el Extremo Oriente.»