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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

Simoun el revólver, dejándole dentro de la funda el relicario y un papel en el cual explicaba por qué desaparecía llevándose el revólver. Tales, con el revólver, huyó al bosque: tenía sed de venganza. Y, en efecto, cometió tres asesinatos: mató al hacendero, al nuevo inquilino de los terrenos que habían sido de Tales, y á la mujer del inquilino. La Guardia civil, no pudiendo dar con Tales, á quien atribuía los asesinatos, llevóse al padre de Tales, al anciano Selo. (Cumplíase la inicua teoría de que las culpas de los hijos las pagasen los padres.)

Nos hallamos en el pueblo de Los Baños (inmediato á Calamba). Allí está pasando, alojado en el convento, una temporada el Capitán general, que juega al tresillo con los frailes, y, de vez en cuando, consagra un rato al despacho de los asuntos oficinescos. El Secretario es un antiguo empleado, al que inspiran, por lo común, excelentes sentimientos. El General no solía resolver ciertos negocios sin oir previamente el parecer de los frailes. Llega una instancia en que algunos estudiantes solicitaban la creación de una Academia de Castellano, y con este motivo entáblase animada discusión: todos los frailes se opusieron resueltamente á que se accediera á lo solicitado, excepto uno, el P. Fernández, que sostuvo que la enseñanza del castellano se podía conceder «sin peligro ninguno»; «y para que no aparezca como una derrota de la Universidad, debíamos los dominicos hacer un esfuerzo y ser los primeros en celebrarla»… No se resolvió nada. Al ir á la mesa, para comer, el Secretario dijo á S. E.:— «Mi General, la hija de ese Cabésang Tales ha vuelto solicitando la libertad de su abuelo, enfermo, preso en lugar del padre». —Y S. E. mandó que se escribiese un volante ordenando al Teniente de la guardia civil que pusiera en libertad al viejo Selo.

Volvemos á Manila. Conocemos á Plácido Penitente, un pobre estudiante apocado, con quien cometen horrores sus catedráticos frailes. De pasada, recorremos la Universidad, con sus grandes gabinetes decorativos, que sirven para embaucar á los extranjeros y á las autoridades, pero no para enseñar… Y entremos ahora en una casa de escolares. Á ella va con más o menos frecuencia Sandoval, español, de sentimientos liberales y lleno de fe en el porvenir del país, por obra y gracia de los gobernantes. Á lo mejor decía cosas que entusiasmaban á sus colegas filipinos. Tratóse del expediente relativo á la creación de la Academia consabida. Convinieron en poner en juego influencias para que fuese favorablemente informado por la Junta de Instrucción primaria, de la que era vocal un señor D. Custodio, con quien tenía gran influjo el Sr. Pasta, abogado notable del país. El Sr. Pasta (retrato de un eminente jurisconsulto filipino que procuraba vivir bien con todo el mundo, pero singularmente con los