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W. E. RETANA

frailes), recibe frío y afectuoso á la vez al joven indígena Isagani, poeta, uno de los estudiantes más entusiastas de la propagación del castellano, que había sido comisionado por sus compañeros para impetrar del Sr. Pasta que inclinase el ánimo del ponente, D. Custodio. El Sr. Pasta, de muy buenos modos, acaba por decirle á Isagani que se deje de Academias.— «Yo he sido (dice Pasta) criado de todos los frailes; les he preparado el chocolate, y mientras con la derecha lo removía… con la izquierda sostenía la Gramática, aprendía y, gracias á Dios, que no he necesitado de más maestros, ni de más Academias, ni de permisos del Gobierno… Créame usted: el que quiera aprender, aprende y llega á saber.»

Y ahora conozcamos al chino Quiroga (personaje en que se funden dos chicos célebres en Manila); vividor, taimado, cuco hasta lo inconcebible. Le debían bastante; le engañaban frecuentemente; y él, sin embargo, hacía su negocio… Era muy rico. Simoun fué á verle.— «Necesito que usted (le dijo) me haga entrar unas cajas de fusiles que han llegado esta noche… quiero que los guarde en sus almacenes; en mi casa no caben todos.» —Quiroga se asustó. Pero Simoun, á fuerza de ofrecimientos, se salió con la suya…

Plácido Penitente, el malaventurado estudiante, decide no volver por la Universidad. Vaga por las calles de Manila… Hallábase en uno de los muelles al tiempo que salía un buque para Hong-Kong. La idea de irse á Hong-Kong le agradaba… Vióle Simoun, y le invita á que le siga. Simoun le mete en su coche, y el coche partió con ambos. Llegan á la calzada del Irís, donde hacen alto y descienden del vehículo. Simoun, seguido de Penitente, penetra en un laberinto de casas de nipa, deteniéndose al fin ante una que parecía ser de pirotécnico. Era de noche, Simoun sostuvo con el del bahay, que se había asomado á la ventana, este diálogo:

«—¿Está la pólvora? —preguntó Simoun.

—En sacos; espero los cartuchos.

—¿Y las bombas?

—Dispuestas.

—Muy bien, maestro. Esta misma noche parta usted y hable con el teniente y el cabo… é inmediatamente prosigue usted su camino; en Lamayan encontrará un hombre en una banka (canoa); dirá usted: «Cabesa», y él contestará: «Tales». Es menester que esté aquí mañana; no hay tiempo que perder. —Y le dió unas monedas de oro.»

Penitente se quedó asombrado. Simoun le dijo:

«—¿Le extraña á usted que ese indio tan mal vestido hable bien el español? Era maestro de escuela, que se empeñó en enseñar el español á los niños, y no paró hasta que perdió su destino y fué de-