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AL LECTOR




En este libro se contiene la vida da un hombre singular, que acaso no se habría inmortalizado, no obstante sus grandes méritos, si un error político no le hubiera envuelto con el nimbo del martirio.

José Rizal fué la demostración viviente de nuestro deplorable régimen colonial. Una colonia no puede permanecer sujeta á su metrópoli más que por dos modos: ó por la voluntad de los naturales, ó por la fuerza. España, justo es decirlo, nunca hizo nada por seguir el primero de los dichos modos; pugnaba éste con lo más esencial del espíritu de nuestra raza: el español neto (tipo común) creyó siempre que en la colonia no se ejercía la soberanía si no se sometía todo á los caprichos del soberano. (Y entiéndase por soberano, no el Estado ni el Jefe del Estado, sino el español.) Sujetó, pues, España a sus colonias por el segundo modo, ó sea el de la fuerza. Pero el presupuesto de ingresos de Filipinas no daba lo bastante para sostener allí un ejército peninsular considerable, y España decidió — aunque reconociéndolo «como un mal necesario» — prolongar indefinidamente el régimen de la fuerza moral del fraile, pretendiendo el imposible de hacerlo simultáneo con el desenvolvimiento progresivo de las ideas modernas. El fraile, empero, no podía cumplir su misión de fraile sino sustentando á toda costa su sistema, consistente en mantener al pueblo perfectamente atrofiado, tanto en lo intelectual como en lo moral, y así resulta que de la contraposición del fraile (queriendo mantener al filipino indio de por vida) y las exigencias de los tiempos (á las que no todos los filipinos podían ni querían sustraerse) surge el grave problema político que acabó por solucionarse como nadie ignora.

Contra el sistema tradicional, cómodo pero bochornoso, no iba solamente la ley ineluctable del tiempo: iban también los españoles de la Península, que acabaron por ver en cada religioso un verdadero