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W. E. RETANA

brean las cañas, bordan las flores y animan las libélulas y mariposas con su vuelo incierto y caprichoso, como si jugasen con el aire; en el silencio de nuestros bosques, en el canto de nuestros arroyos, en la lluvia de brillantes de nuestras cascadas, á la luz resplandeciente de nuestra luna, en los suspiros de la brisa de la noche, en todo, en fin, que evoque la imagen de lo amado, te hemos de ver eternamente como te hemos soñado; bella, hermosa, sonriente como la esperanza, para como la luz, y sin embargo, triste y melancólica contemplando nuestras miserias!»

Al día siguiente, por la tarde, Isagani se va al paseo del Malecón para ver á Paulita y pedirle explicaciones sobre sus coqueteos en el teatro. Sorprende una conversación entre Ben Zaib (pseudónimo de un periodista peninsular, a quien retrata de mano maestra) y un amigo de Simoun, y entérase de que éste se halla enfermo y se negaba á recibir aun «á los ayudantes del General». —Isagani échase á discurrir sobre las expediciones militares (alude a las hechas á Mindanao y d Carolinas), y pensando en la muerte de los soldados filipinos, así como en la de los insulares que se resistían á la dominación extranjera, murmura el poeta:— «¡Extraño destino el de algunos pueblos! Por que un viajero arriba á sus playas, pierden su libertad y pasan á ser súbditos y esclavos, no sólo del viajero, no sólo de los herederos de éste, sino aun de todos sus compatriotas, y no por una generación, sino ¡para siempre! ¡Extraña concepción de la justicia! ¡Tal situación da amplio derecho para exterminar á todo forastero como al más feroz monstruo que pueda arrojar el mar!» —Y el propio Isagani discurre después:— «¡Ah!, quisiera morir, reducirme á la nada, dejar á mi patria un nombre glorioso, morir por su causa, defendiéndola de la invasión extranjera, y que el sol después alumbre mi cadáver, como centinela inmóvil, en las rocas del mar!… (Parecen conceptos contra los españoles, y no lo son, sino precisamente contra Alemania. Á renglón seguido escribe Rizal:)

«Y el conflicto con los alemanes se le venía á la memoria, y casi sentía que se hubiese allanado: él hubiera muerto con gusto por el pabellón español-filipino antes de someterse al extranjero. — Porque, después de todo, pensaba, con España nos unen sólidos lazos, el pasado, la historia, la religión, el idioma!… ¡El idioma, sí, el idioma! Una sonrisa característica se dibujaba en sus labios: aquella noche tenían ellos el banquete en la pansitería para celebrar la muerte de la Academia de Castellano.»

Llega Paulita. Hablan. Isagani, poeta soñador, se entusiasma pintando las bellezas de la Naturaleza, allá en su pueblo, que le parecen tanto más grandiosas cuanto mayor es la soledad en que las contem-