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W. E. RETANA

mi conducta he sido preso, y sólo debo mi libertad á instancias de usted. Usted ha tenido razón, y ahora vengo á decirle: ¡arme mi brazo, y que la revolución estalle! Estoy dispuesto á servirle con todos los desgraciados.»

Al contestarle Simoun, dícele que fracasó el movimiento porque desertaron muchos. Pero iba á realizar su ideal de exterminio por otro procedimiento. Y mostró á Basilio «una granada, grande como la cabeza de un hombre, algo rajada, dejando ver los granos del interior, figurados por enormes cornalinas. La corteza era de oro oxidado é imitaba perfectamente hasta las rugosidades de la fruta». —Simoun la sacó con mucho cuidado, y retirando el mechero, descubrió el interior del depósito; el casco era de acero, grueso como dos centímetros, y podía contener algo más de un litro. —Luego sacó un gran frasco de nitroglicerina. Basilio retrocedió.

«—¡Sí, nitroglicerina!, replicó lentamente Simoun con su sonrisa fría y contemplando con deleite el frasco de cristal; ¡es algo más que nitroglicerina! ¡Son lágrimas concentradas, odios comprimidos, injusticias y agravios!»

Y aquel artefacto, luciendo como caprichosa lámpara, había de estallar en la casa de la boda, cuando se hallase allí todo lo más condecorado y calificado de Manila. En los bajos de la misma casa había además colocado Simoun algunos sacos de pólvora. ¡No se salvaría una rata! El plan mecánico consistía en que, á poco de comenzar á lucir la luz de la lámpara, se debilitaría: alguien entonces pretendería subir la mecha, y en ese momento sobrevendría la explosión.

«Al oirse el estallido (habla Simoun), los miserables, los que vagan perseguidos… saldrán armados y se reunirán con Cabésang Tales para caer sobre la ciudad; en cambio, los militares, á quienes he hecho creer que el General simula un alzamiento para tener motivos de permanecer (de prolongar su permanencia en Filipinas), saldrán de los cuarteles dispuestos á disparar sobre cualesquiera que designare. El pueblo, entre tanto, alebrestado y creyendo llegada la hora de su degüello, se levantará dispuesto á morir; y como no tiene armas ni está organizado, usted, con algunos otros, se pondrá á su cabeza y los dirigirá á los almacenes del chino Quiroga, donde guardo mis fusiles. Cabésang Tales y yo nos reuniremos en la ciudad y nos apoderaremos de ella, y usted en los arrabales ocupará los puentes, se hará fuerte, estará dispuesto á venir en nuestra ayuda y pasará á cuchillo no sólo á la contrarrevolución, sino á todos los varones que se nieguen á seguir con las armas!

»—¿Á todos?, balbuceó Basilio con voz sorda.

»—¡Á todos!, repitió con voz siniestra Simoun; ¡á todos!, indios,