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W. E. RETANA

Rizal nació pensador y patriota, y de ello dió pruebas desde la niñez. Su vida es verdaderamente interesante: un gran modelo para la juventud de cualquier país; duró poco, pero fué fecunda.

Vino á la Península á los veintiún años, trayendo mucho acíbar en el alma; sus triunfos escolares, sus éxitos en públicos torneos literarios, moviéronle á compararse con los blancos, y acabó por sentirse superior á ellos. El, sin embargo, en su patria no pasó de indio, y por serlo recibió una herida por la espalda… No á título de desquite, ni siquiera de explicable desahogo, sino de «grito del derecho herido», dió á luz una obra eterna, ese Noli me tángere que cual hierro candente aplicó, «sin contemplaciones», al cáncer que corroía la sociedad filipina. Acertó á condensar en esas páginas los males de su país, y fué, por tanto, el intérprete de los anhelos de un pueblo que soportaba la tiranía en silencio, que no se atrevía á hacer la menor insinuación de queja, recordando la tragedia de 1872… ¿Qué hizo Rizal con su Noli me tángere? Exponer la verdad. Pero ¡era indio!… ¡Infeliz!… Grabóse á sí mismo en la frente, para toda su vida, el estigma de filibustero!… Y como él se hallaba en Europa, sus padres, sus hermanos, sus cuñados y hasta sus amigos tocaron las consecuencias: ¡sufrieron toda suerte de vejámenes!…

Rizal volvió a su país. Tenía dos carreras, hablaba varios idiomas y conocía casi toda Europa. Volvía con el propósito de ver si, en efecto, no era verdad lo que él había sostenido en su novela: que en Filipinas era imposible que un pensador nacido en el país pudiera vivir en paz anhelando la dicha del país, proclamando la verdad. Y vivió vigilado. ¿Quién, á la luz del día, se acercaba á él? Decíase Rizal, y el eco repetía: ¡Filibustero!, ¡filibustero!, ¡filibustero!

Y Rizal salió otra vez de su país; huía, puede decirse, para no perjudicar á los que lo amaban. Y á medida que se alejaba de la patria querida, el sueño de sus sueños, á la que había consagrado todas las energías de su mente poderosa, más fuerte creía percibir el ecopesadilla: ¡Filibustero!, ¡filibustero!, ¡filibustero!… Fué á China, al Japón, á los Estados Unidos, á Inglaterra… Volvió á España… Y el eco seguía repitiendo: ¡Filibustero!, ¡filibustero!, ¡filibustero!… ¿No era cosa de serlo de verdad? Cierto que nadie se lo llamaba en Europa, salvos los frailes y sus contertulios… Y Rizal siguió predicando, no la separación de Filipinas, sino los principios fundamentales de lo justo; mientras que allá en su país, los padres, los hermanos, los parientes y amigos del predicador volvían á tocar las consecuencias: ¡les arrasaron sus propiedades y les deportaron á Joló! Y el buen Rizal, el sublime altruísta, no paró en filibustero porque era cien veces más prudente que los españoles que le impulsaban al fili-