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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

busterismo. Hizo menos que el anarquista del símil; hizo menos que cualquier fraile asqueado de El Escorial llegó á hacer con sus hermanos mayores, los ignorantes tiranos. Resignóse, sí; pero el pueblo filipino no debía resignarse. Y volvió al Extremo Oriente; establecióse en Hong-Kong, y concibió el propósito de dar cohesión á sus compatriotas. Había sembrado dignidad; pero las mieses se hallaban dispersas, y se hacía preciso agavillarlas. «Cuando seamos muchos y estemos perfectamente unidos en un mismo pensamiento, España nos oirá: preferible será que ella nos redima, á que deje que nos redimamos por nosotros mismos.» Así pensaba. Y en ese pensamiento está el germen de la Liga Filipina.

Pero veía sufrir injustamente á los seres más queridos de su corazón. Y, como nadie más que él era el culpable, decidió volver á su país. Iba con el presentimiento de que moriría; en sus oídos seguía resonando, con más fuerza que antes, el siniestro eco: ¡Filibustero!, ¡filibustero!, ¡filibustero!… Prefería morir á que los inocentes continuasen sufriendo. Y hacia fines de Junio de 1892 se presentó en Manila. En el petate de un lío del equipaje de la hermana que le había acompañado desde Hong-Kong descubriéronse unos cuantos papeles rotulados: ¡Pobres frailes! Y esto bastó para que Rizal, cubierto de ignominia por un decreto que causará la eterna protesta de los pensadores (comenzando por el insigne Unamuno), fuera deportado á Mindanao.

Rizal, por sus obras, por la ejemplaridad de su conducta, por su amor insaciable al estudio, por la unción de sus predicaciones, por su idolatría á la Patria, á la que había consagrado todos los latidos de su corazón desde la infancia, era el ídolo de los filipinos; y á partir de ese momento perdimos para siempre el escaso afecto que aquel pueblo nos profesaba todavía. A Rizal no se le probó nada; fué castigado tan sólo por sospechas. Aun así, lógico parecía que con este castigo de su deportación hubiera contrastado una serie de concesiones liberales al país. Pero no; lejos de esto, que habría acallado la conciencia pública, al destierro de Rizal siguieron otros destierros, siguieron represiones y arbitrariedades que acrecentaron la indignación popular, sorda, pero intensa. Y cumplióse la ley infalible de la Fatalidad: cuando no se consiente á un pueblo que diga á la luz del día lo que piensa, ese pueblo conspira, y, si puede, se subleva. No se creía en ello, porque todo era silencio… «El que en el silencio que produce la tiranía (ha escrito Cañamaque) crea ver el silencio de las tumbas, se engaña; ese silencio engendra en su seno un castigo para los opresores, la tormenta revolucionaria.» — Allí no había temores, porque nada se oía: porque no se daba importancia á ninguno del