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W. E. RETANA

ejercicios y confesión general de su vida pasada. Y 3.ª Que en adelante debía portarse ejemplarmente en su conducta religiosa y española, dando ejemplo de todo ello á los demás.» — Y añaden los mismos jesuítas: «Como estas condiciones no habían de ser aceptadas por Rizal, dado el estado habitual de su espíritu, dicho está que tuvo que ir á vivir á casa del Gobernador, Sr. Carnicero.»

Para Rizal, la deportación debió de ser un golpe terrible. Si hubiera sido hipócrita, menos romántico y más cultivador de lo que suele llamarse vida práctica, se habría sometido. Pero no; mantúvose en sus trece: veía su conciencia limpia de las acusaciones que se le imputaban, y, aunque agradecidísimo á los buenos oficios de los misioneros, optó por no abdicar de uno tan sólo de los rasgos de su carácter viril. ¡Y cuidado que los jesuítas, movidos por el más laudable celo, tanto en lo religioso como en lo político, le trabajaron! Apenas Rizal había hollado la tierra de proscripción, cuando ya vemos al párroco R. P. Obach leyéndole «el párrafo de una carta en que se hacía alusión á los tiempos, tan diversos, de su niñez, cuando era Secretario de la Congregación Mariana del Ateneo Municipal de Manila; y quiso escribir una larga carta, sincerando su conducta, al Superior de la Misión, lo cual dió margen á una empeñada discusión por correspondencia…»[1] entre Rizal, desde Dapitan, y el P. Pastells, desde Manila.

Y aquí viene como de molde una breve observación acerca de los procedimientos de frailes y jesuítas. Los frailes despreciaban á Rizal, y nunca, jamás, hicieron la menor cosa por atraérselo: no ocultaban el odio que le tenían ni la satisfacción con que veían todo aquello que le perjudicase á él y á sus parientes; los jesuítas, por el contrario, á pesar de la excesiva severidad con que le juzgaban, y de sus exigencias (de las que buena prueba hallamos en las condiciones que pretendieron imponerle), se desvivieron por traerle al «buen camino», dando con ello, no sólo ejemplo de piedad cristiana, sino de españolismo, por cuanto lo que anhelaban no era sino la transformación mental del hombre que, sin duda, ejercía mayor influjo en la mentalidad de sus compatriotas. La polémica epistolar entre Rizal y el P. Pastells duró desde Agosto de 1892 hasta Mayo de 1893. ¡Cualquier día un fraile se hubiera rebajado dirigiéndose á Rizal!… El P. Pastells, excelente sacerdote y sabio además[2], con muy buen


  1. Rizal y su obra, ya citado; cap. xvi.
  2. El P. Pablo Pastells, Superior a la sazón de los jesuitas de Filipinas, había misionado mucho tiempo en Mindanao. Sus trabajos etnográficos, de los que hay copia en los tomos de Cartas publicados por aquella Misión, han sido acogidos con la mayor alabanza por el mundo sabio. Pero sin duda lo que hará del nombre Pastells un nombre perdurable,