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W. E. RETANA

país, considerados átomos aislados… Un microbio no ea nada; pero unos cuantos microbios pueden ser todo un cáncer, pueden ser la muerte. Los resquemores, los lamentos, las súplicas de los filipinos; los filipinos mismos, ¿qué eran para la crítica castizamente española? ¡Microbios aislados! Reuniéronse, y sobrevino la muerte…

¡Cuán falsa idea la que en Filipinas hubo de lo que era allí la pública opinión! Si por opinión se entiende la suma de ideas de los que las tienen originales, allí no existía, es muy cierto, más opinión que la eterna opinión de los conventos. ¿Cómo había de conocerse la del pueblo, si allí el libre pensar era un delito? Ni cómo exponer una opinión en contra de la opinión de los conventos, si la previa censura no consentía que nadie opinase en contra? El pueblo pensaba calladamente, aunque no tanto que, constituído el Katipunan (constituyóse el mismo día en que Rizal fué deportado), unos á otros no se díjesen sus miembros, al oído, que por cuanto no había redención dentro de la legalidad, la buscarían por otro lado. «Allí donde los derechos políticos (ha dicho el gran Azcárate, parafraseando á Passy) están reservados á un corto número, las clases á quienes faltan acaban siempre por hacerse enemigas del régimen que los niega»; y añade el ilustre Azcárate: «y de la enemistad á la guerra y á la revolución no hay más que un paso, y entonces la revolución no va contra el derecho, sino en pro de él». — Las iniquidades cometidas con Rizal fueron providenciales: ellas estimularon al pueblo filipino á la conquista del derecho; sin ellas, acaso aquel pueblo no se habría redimido de la opresión secular.

Rizal en el destierro es otro hombre. Invádele cierto pesimismo: la redención, si la había, veíala remotísima; había hecho sufrir demasiado á sus parientes: y opta por el sosiego del espíritu, y en medio de ésto conságrase á la agricultura, á la medicina, a las ciencias naturales y á las lenguas; improvíase pedagogo, etc.

Pero no en balde había estado, años enteros, arrojando la simiente en un terreno abonado con las lágrimas (el mejor abono para cosechar justicia) de los muchos compatriotas suyos que sufrían. Y por ley de Naturaleza llegó un día en que la semilla revolucionaria amagaba salir á la superficie. Rizal reflexionó. La Revolución, aun siendo santa, era prematura; no conduciría á nada práctico; tal vez serviría para que se retrocediera en el camino. Y sobre negarse rotundamente á asociar su nombre á la Revolución, trató de arrojar sobre el terreno algo que impidiera el desarrollo de la planta. Solicitó, y obtuvo, aunque tardíamente, pasar á Cuba como médico provisional del Ejército español. ¡El filibustero quería jugarse la vida por España!…

La planta crecía, crecía… y llegó á brotar el fruto. Y brotó cuan-