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W. E. RETANA

disgustos, no obstante que en su obra no generalizaba —¡no, cómo podía ser esto!— su juicio acerca de los españoles y de los frailes. Reconocía que había algunos buenos, merecedores de todo elogio; pero si en la novela salían mal librados, se lo merecían ciertamente… «¡Ah!, exclamó. ¡Si yo dijese de los frailes todo lo que sé y todo lo que pienso, razón tendrían ellos para desearme hasta la muerte!»…

Rizal, muy atildado en su persona, dijérase que se perecía por infiltrar sus sentimientos de corrección en todo en sus compatriotas, aun los más sencillos y humildes. Hablando con las mujeres, no la había de alguna edad á quien no llamase señora, ni joven á quien no llamase señorita. Esto constituía en Mindanao una estupenda novedad; pero él no cejaba, y, quieras que no, señora para arriba y señorita para abajo; y así siempre en su trato con las naturales del país. Contrarióle mucho, de recién llegado á Dapitan, ver que ni una sola mujer usaba medias; y de tal suerte influyó en el ánimo de las más calificadas, que, valiéndose de un chino comerciante, las encargaron á Manila por docenas. — «El primer domingo (escribe Carnicero) después de la llegada de la mercancía, aparecieron en misa las señoritas dapitanas con medias y chinelas, llamando la atención el espectáculo, por lo nuevo en la localidad; pero no sé quién dijo á las jóvenes que aquella prenda la usaban tan sólo las mujeres malas, y así que volvieron á sus casas se las quitaron para no volver á ponérselas en los días de la vida. Este cambio repentino de las señoritas dapitanas disgustó sobremanera á Rizal.» — Él, sin embargo, no cejaba en su empeño de inculcar educación y costumbres sociales que elevasen el nivel moral de sus compatriotas, y daba constantemente el ejemplo: en un acto oficial (á ninguno de los cuales dejó una sola vez de concurrir) saludaba á las personas por el orden de categoría de cada una; pero en una reunión particular, antes saludaba á las señoras, aunque todas fueran malayas, que á ningún caballero, sin descartar al Comandante-gobernador, á quien no daba la mano sino después de habérsela dado al dueño de la casa, que solía ser un indígena sencillo; todo ello á diferencia de lo que era usual entre españoles, que si se dignaban cumplimentar á algún indígena, era á lo último, dejando á no pocos de los contertulios sin saludo.

Propietario Rizal en Dapitan, dedicóse afanoso á hacer plantaciones de cacao, coco, árboles frutales, etc. Iba á sus terrenos todos los días, y ni uno solo dejó de pedir permiso para ello. Es decir, no obstante su gran amistad con el Jefe del distrito, á cuya mesa comía y cenaba diariamente, Rizal} no se olvidó ni un momento de que era «el deportado». Volvía con gran puntualidad á la hora de comer. Y sí, hallándose en su finca, desde la cual se dominaba la bahía de Dapi-