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W. E. RETANA

una gran penalidad; pero ¿quién no tiene pesares en esta vida? Un poco de filosofía y otro poco de resignación me harán sobrellevar mis pequeñas tristezas. ¿Qué es mi desgracia, comparada con la de muchos? Sé demasiado que hay mejores árboles que procuran mejor sombra, como dice V. R.; pero en medio de la obscuridad que reina en mi patria, no busco la sombra; prefiero la luz.

»Y «¡cuán negra cerrazón se vislumbra para el porvenir!», termina el párrafo, en que V. R. hace ver la bondad de su corazón. ¿Qué le hemos de hacer? La tormenta pasará, y cuando peor, pasaré con ella. Allí están las hermosas páginas del Kempis, que le dirán que en este mundo «no puede haber perfecta seguridad ni paz cumplida»; que «la vida del hombre en la tierra es miserable», etc. Es tan breve; y la más feliz está tan llena de amargura, que, á la verdad, no vale la pena de sacrificar una convicción por pedazos de metal redondos ó en forma de cruz. Y además, todo es cuestión de temperamento: unos buscan la felicidad en la riqueza, en los honores; otros en humillar y doblegar á sus semejantes; otros en hacer creer á los demás lo que ellos mismos no creen, ó en creer lo que nadie cree; otros se contentan con su propia estimación, en mandar sobre sí mismos; etc. Affaires d'éducation, como dirían los franceses; de sistema nervioso, los médicos; de egoísmo, los filósofos… Y ¿quién sabe si la tempestad que V. R. predice, además de arrancar á esta débil planta, no ha de abatir árboles seculares, ó al menos sacudirlos y desgajarlos[1], no ha de sanear el aire cargado de miasmas que la estancación de tantos siglos ha ido en ominosa quietud exhalando? ¿Quién sabe?; ¿quién puede prever las consecuencias de un acto?[2]. Si esa tormenta ha de producir el bien, el adelanto de mi patria; si con ella se ha de despertar la atención de la Madre España, en pro de los ocho millones de súbditos que le confían su porvenir, esa tormenta… ¡bien venida sea![3].

»Hermosos y exactos encuentro los símiles que aduce V. R. acerca de la concepción de la Verdad por la mente humana. No negaré la posibilidad de que la Verdad se haya polarizado al pasar por mi entendimiento; la polarización es un fenómeno que ofrecen los cristales


  1. ¡Notable profecía! La «débil planta» (Rizal) sucumbió; pero los «árboles seculares» (frailes y dominación española) arrasólos también la tempestad. Rizal quería decir: el que á mi me barra, prepárese á ser barrido. —Y así fué.
  2. ¿Alude á la medida adoptada contra él, desterrándole, y en la forma que se hizo, que trajo consecuencias tan transcendentales?
  3. Si, como parece lógico, alude á una probable revolución, nótese que los fines de ésta no los considera separatistas, sino de despertar en la Madre-patria la atención acerca del olvido en que tenia á su colonia.