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W. E. RETANA

la esquivez que con ellos había tenido en todo tiempo, contrastaba la deferencia dispensada á ciertos señorones del país; y en cuanto a los


    «…No nos hemos cansado de indicar los peligros que esta política (la tradicional, á fines del siglo XIX) entraña hoy que numerosos jóvenes de aquel Archipiélago vienen á Europa y respiran los aires de libertad que aquí respiramos. No es posible, hemos dicho, que al volver á su patria se avengan esos jóvenes á la dura servidumbre en que allí se los tiene. Si no se concede á las Islas, hemos añadido, la libertad del pensamiento y la conciencia; si no se les otorga el derecho de administrar sus propios intereses; si no se les da asiento en las Cortes, como se les dió del año 1812 al 1837, verán siempre en nosotros sus opresores y pugnarán por arrojarnos de su seno. Lo que hicieron los colonos de América, eso harán más o menos tarde los que habitan aquellas venturosas tierras.
    »Ese peligro lo aprovechan hoy las comunidades religiosas, con el fin de afianzar su imperio. «Sólo por el influjo que nosotros ejercemos, dicen, cabe mantener estas Islas bajo el dominio de España. Hay aquí una agitación precursora de grandes tormentas. Se conspira; y viendo en nosotros el principal obstáculo, contra nosotros dirigen las más acerbas censuras y las más violentas criticas. La prensa clandestina suple la prensa pública. Salen frecuentemente á luz excitaciones á la rebelión, que traen desasosegados los espíritus. Asoman á los labios gritos de independencia, y ni en murmuraciones ni en proclamas se deja de presentarnos como instrumentos de tiranía».
    »Los hombres que allí suspiran por verse libres conocían hace tiempo el origen de esos escritos que las comunidades denunciaban; pero no conseguían que los creyeran los Gobernadores. Al fin uno de ellos, el general Despujol, se cercioró de que el origen estaba en los mismos religiosos. Sabedor de que las últimas proclamas habían sido impresas en un establecimiento tipográfico de los frailes agustinos, ordenó investigaciones judiciales que dieron por resultado la ocupación de gran número de ejemplares en un convento de la Orden. ¿Aprenderá ahora el Gobierno? ¿Se convencerá de la torpe política que, con el fin de asegurar su predominio, siguen allá los frailes? ¿Comprenderá que precisamente en ellos está el peligro de que perdamos la Colonia?…
    »Han puesto los agustinos el grito en el cielo por las investigaciones practicadas en su convento, y hay quien asegura que hasta piden la destitución del Gobernador para no perder sobre los indígenas su necesario influjo. Confunden su causa nada menos que con la de España, y, según se dice, han llevado su atrevimiento al punto de amenazarnos con abandonar las Islas, etc.»
    Sobre el mismo asunto: artículo inserto en La Publicidad, de Barcelona (número del 1.º de Enero de 1893); lo firma Felipe (D. Miguel Morayta), y, entre otras cosas, dice:
    «Todos los periódicos lo han dicho; el general Despujol quiso averiguar cuánto había de cierto y en el fondo de la publicación de ciertas hojas clandestinas, que alarmaban la opinión, y no andándose en chiquitas, dió en el nido y descubrió lo que había.
    »Estas hojas clandestinas anunciaron que el día en que se cumpliría el IV Centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo, se levantarían los filipinos como un solo hombre, para, puñal en mano, degollar á todos los peninsulares. Llegó aquel día, y en Filipinas no se movió ni una mosca; que es lo mismo que ha sucedido en tantas otras ocasiones, en que corrieron de boca en boca anuncios semejantes.
    »Y entonces alguien dijole al general Despujol:— «Eso del levantamiento y de la degollación, es noticia que los retrógrados hacen correr muy á menudo para crear desconfianzas del Gobierno hacia los filipi-