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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL

que estos desesperados parasen en enemigos de los españoles y hasta de España? ¿Qué mucho que suspirasen todos esos perseguidos —perseguidos, sólo por sentirse hombres— por tener aquellos derechos que les garantizasen la vida en contra de las arbitrariedades y de la mala voluntad de sus sistemáticos perseguidores? Piénsese bien: en Filipinas no ha habido jamás verdadero separatismo, como escuela; hubo, creado por Rizal, un sentimiento nacionalista, necesario, indispensable de todo punto para afrontar la injusticia. Sin ésta, no habría habido descontentos; sin los descontentos, no habría habido nacionalismo; sin el nacionalismo, no se habría derivado el ansia de revolución, llevada á vía de hecho por el Katipunan… que tampoco fué separatista[1].

Ya se ha dicho: de nada servía el buen deseo del Gobernador ge-


  1. Todos los escritores filipinos lo confirman, aun después del cambio de soberanía; pero señaladamente D. Felipe Carderón en sus Documentos de la Revolución, publicados en el tomo V de mi Archivo del Bibliófilo: Madrid, 1905. En El Grito del Pueblo, diario de Manila, número del 12 de Agosto de 1906, y bajo el epígrafe «El 13 de Agosto», léese:
    «Tal día como hoy, en 1898, presenciamos todos un acto tristísimo, conmovedor, que habrá de figurar en la Historia Patria con carácteres indelebles. Se arriaba en Filipinas la gloriosa bandera gualda y roja, vencedora en mil combates y que tremoló en esta tierra durante más de trescientos años… Y se izaba otra bandera, no menos gloriosa, de rayas encarnadas y con muchas estrellas blancas sobre fondo azul, completamente desconocida entonces para la generalidad de los filipinos. El tiempo ha cicatrizado las heridas de la cruenta lucha entre españoles y filipinos, y éstos no recuerdan á España más que para agradecerla el que, después de todo, les ha dado todo cuanto tenía: religión, leyes, costumbres y hasta su hermosísima lengua.
    »¿Que por qué nos hemos rebelado contra España, si ella era verdaderamente noble, altruísta y generosa? ¡Callad, infames traidores, Nerones que insultais y asesinais á vuestra propia madre, cuya sangre corre por vuestras venas; callad, que el mundo se estremece de espanto y de horror oyéndoos hablar con tanto cinismo, con tan inaudito descaro!
    »Los filipinos no nos hemos revelado contra España, á quien continuamos idolatrando y venerando en el santuario de nuestra alma; nos hemos rebelado, si, contra la soberanía monacal que imperaba despóticamente en nuestra tierra, contra el fraile que se ha erigido en señor de horca y cuchillo, en este país burlándose de las justísimas leyes promulgadas por la Metrópoli, gracias a la inmoralidad y desverguenza de la mayor parte de los llamados hombres de gobierno de tan querida como desdichada Nación; contra el fraile que, al comprender «que luchaba con éxitos envueltos en la inviolabilidad de los hábitos, perseveraba en luchas mundanas y materiales (y aun persevera), promovía pleitos y litigios que ganaba empleando el soborno, la osadia o el poder como amigo y confesor de reyes y magnates; se creía superior al general, al gobernante civil, al poder judicial, á los mismos obispos; y venciendo á todos y obteniendo grandes victorias, se consideraba invulnerable, poderoso, omnisciente y menospreciaba á sus mismos compatriotas los peninsulares que les adoraban y reverenciaban como á santos; y oprimía y trataba á bejucazos al indio, á quien explotó en sus haciendas, y deshonro en sus madres, en sus hijas y en sus mujeres.»