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W. E. RETANA

ciones más sagradas que sus opiniones políticas, no se expondrá, á la vez que a su familia, á las consecuencias de cualquier escrito como los anteriores.

»Hace ocho meses debió quedar organizado el Tercio [de policía], que á la fecha no presta servicios por no haberse recibido el armamento Remington con que hay que armarlo. Tengo sobre este asunto, que considero importante, comunicaciones, hasta ahora sin resultado.

»Y aprovechando esta nueva ocasión, etc. —Juan Sitges. —Dapitan, 29 de Agosto de 1893.»

Estas cartas oficiosas no concuerdan en un todo con las manifestaciones que verbalmente y por escrito hizo su autor en Madrid, en 1905, al que traza las presentes líneas[1]: según ellas, Sitges dió, desde el primer momento, muy amplias libertades á Rizal, sin otra garantía que su palabra de honor. De todas suertes, Sitges, atento á las indicaciones del general Blanco, que no tardó en recomendar que con Rizal se observase una conducta de bien entendida indiferencia, sin perjuicio de que se observasen sus actos con hábil disimulo, Sitges acabó por exigir al deportado que se presentase tan sólo cada ocho días, y por no intervenirle la correspondencia; ni leía las cartas que éste remitía, cerrándolas en su presencia sin extraer el pliego, ni abría las que para Rizal llegaban. Pudo Sitges observar desde el primer momento que el Doctor Rizal era el ídolo de los naturales de Dapitan; si algo quería que le dijesen por escrito, ¿iba á faltarle de quién valerse? Por eso juzgó ociosa la censura y la suprimió, no de derecho, sino de hecho, haciendo comprender al deportado que la facultad de intervenirle la correspondencia podía ejercitarla siempre que lo estimase conveniente. Un día el correo trajo un certificado para Rizal. Procedía de Austria. Sitges abrió el sobre y leyó la carta, firmada por Blumentritt. No le pareció que era correcto, desde el punto de vista político, cuanto en el papel se contenía, y, al entregarle la carta, hízole sobre el asunto algunas observaciones, dando á sus palabras cierta expresión de protesta. Rizal se negó á tomarla. ¿Decía el señor Comandante político-militar que de ella transcendía algo que no era correcto?— «Pues yo me niego resueltamente á recibir esa carta.» —Y no la recibió. Sitges se quedó con dicha carta. (Blumentritt lamentaba la deportación, reputándola injusta, y ofrecía poner en juego su influencia, sobre todo con el Gobierno alemán, para obtener la libertad de Rizal.)


  1. Véase Nuestro Tiempo, número del 10 de Diciembre de 1905. Al redactar yo el articulo en que trato de este asunto no conocía los documentos oficiosos que algo más tarde me prestó el general Blanco; atúveme á los datos orales y escritos que me facilitó en Madrid el Sr. Sitges.