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W. E. RETANA

la verdad, como el expediente no prosiguió, no hemos logrado poner en limpio cuál era el nombre verdadero: si Florencio Nanaman ó Pablo Mercado. En cambio, y por lo que toca á su misión diplomática, mantúvose firme en declarar que había obrado como enviado de los frailes recoletos, los cuales, según él, deseaban testimonios fehacientes para probar lo que jamás pudo probarse en ningún tiempo: que fuese Rizal separatista. El Mercado ó Nanaman pasó preso á Manila, con las diligencias, á disposición del Gobernador general; quien tuvo por conveniente no remover el asunto. Claro está que no basta la declaración del Mercado para deducir que fuesen ciertas las maquinaciones de los frailes; pero lo que sí resulta indiscutible es la corrección de Rizal; que acaso no habría denunciado á su paisano si éste no hubiera sido descubierto por el Comandante; pero una vez que lo fué, Rizal quiso, á toda costa, eludir cualquier responsabilidad, ya que le sobrevenía sin él buscarla.

De la visita de Pablo Mercado, así como de la que hicieron á Dapitan los calambeños vendedores de imágenes (véase la pág. 315) y alguna otra, no se deduce otra cosa sino que los admiradores de Rizal se hallaban ávidos de tener noticias de éste por tales conductos, ya que Rizal se negaba resueltamente á escribir otras cartas que las puramente familiares, ajenas de todo punto á la política. Rizal, piénsese bien, va desmereciendo como político á medida que va tomando tierra en Mindanao: por nada ni por nadie se compromete; no hay medio de arrancarle cuatro letras para sus amigos; rehusa cuantas proposiciones de fuga se le hacen. Rizal lo que quería era tener lo que desde hacia muchos años no había tenido: tranquilidad, y, desde luego, una honrosa rehabilitación, mediante la libertad, decretada en toda regla. Á primeros de Febrero del siguiente año de 1894 la solicitó de Blanco, y Blanco, dando largas al asunto, acabó por ofrecérsela, para la Península; ofrecimiento que le ratificó de palabra, en Dapitan, con ocasión de uno de los viajes del General á Mindanao; entonces fué cuando el deportado expuso ampliamente su situación y sus deseos. Algo le habló también de su pasado, de sus ideales, de sus libros: á Rizal no le había guiado, según dijo, otros fines que los de dignificar á los hombres de su raza; y protestó de que se le considerase antiespañol, cuando no era más que enemigo de los frailes, por conceptuarles la rémora de todo progreso en su país. — Blanco, después de oirle, le hizo comprender que lo mejor sería que pasase á la Península[1]. Con este asunto tiene relación el siguiente balaustre


  1. Todo esto, deducido de una de las conferencias que celebré con el general Blanco en su casa de Madrid.