Página:Vida y escritos del Dr. José Rizal, por Wenceslao Retana.pdf/392

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
372
W. E. RETANA

El Capitán general, Polavieja, decretó con fecha 13 de conformidad. —Polavieja acababa de encargarse del Gobierno general de la Colonia, á la vez que del mando en Jefe de aquel ejército. Como es sabido, dicho señor pasó á Filipinas de Segundo cabo; pero no tardó en relevar á Blanco, contra quien se habían pronunciado casi todos los peninsulares, «por su pasividad». Este trueque de personas acabó de decidir de la vida de Rizal: Blanco no lo hubiera fusilado, precisamente porque, sobre sustentar el íntimo convencimiento de que Rizal no merecía la pena de muerte, sustentábalo también de que el fusilamiento del ilustre tagalo implicaba, si no la pérdida absoluta del dominio de España en Filipinas, la pérdida, para siempre, del cariño de los filipinos á los españoles, que equivalía á la pérdida moral del Archipiélago[1]. —Pero aquellos españoles lo entendían de otro modo; y por cuanto Polavieja significaba la antítesis de Blanco, Polavieja contó desde el primer momento con la adoración de los españoles, esto es, con la adoración de los terroristas, de los sedientos de sangre; y la cabeza de Rizal, la que más valía, tenía que caer…

Blanco pudo ser más o menos imprevisor, pudo pecar de confiado; pero lo que resulta innegable es que en los días de mayor pánico no perdió ni un instante la serenidad, á diferencia de lo que acontecía á casi todos los españoles, que, por efecto de las circunstancias, padecieron algo así como un ataque agudo de enajenación, para el que sólo hallaban lenitivo viendo correr la sangre de los hijos del país. Esta sed insaciable de sangre filipina, justo es confesar que los que más la sentían eran los miembros de las corporaciones religiosas, de agustinos, dominicos, franciscanos y recoletos; en boca de los frailes estaban constantemente las palabras ¡fusilar!, matar!, ¡exterminar!… ¡Húbolos que llegaron al delirio!… ¡Así y sólo así «se acabaría con la Revolución!» (y con la raza). Real y verdaderamente, nada más repugnante, nada más monstruoso en cierto modo que ver á los que se intitulaban «discípulos de Jesús» (que fué todo bondad y caridad) convertidos en fieras carniceras. ¿Á qué citar nombres? ¿Á qué apuntar aquí á los que iban voluntariamente con las tropas, más que para prestar á los soldados servicios espirituales, para enardecerlos y recrearse viendo correr la sangre de los filipinos?… ¿Para qué sacar á colación á los que escribían á Europa dando todo género de seguridades de que entre los más comprometidos figuraban D. Ja-


  1. En la conferencia que el 21 de Noviembre de 1905, entre 7 y 8 de la noche, celebré con el general Blanco en su casa de Madrid, el ex Gobernador de Filipinas no sólo me declaró reiteradamente que él no hubiera decretado la sentencia de muerte de Rizal, sino que me rogaba con todo interés que así lo hiciera público en mi trabajo.