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VIDA Y ESCRITOS DEL DR. RIZAL



IV


El Consejo celebróse el día 26 en el cuarto de banderas del cuartel de España. Concurrieron: como Presidente, el teniente coronel de caballería D. José Togores Arjona; como Vocales, los capitanes: de artillería de plaza, D. Ricardo Muñoz Arias; de caballería núm. 31, D. Manuel Reguera Reguera; de cazadores núm. 8, D. Santiago Izquierdo Osorio; de cazadores núm. 7, D. Braulio Rodríguez Núñez; del batallón de ingenieros, D. Manuel Díaz Escribano, y de la Subinspección de las armas generales, D. Fernando Pérez Rodríguez; y como Fiscal, el teniente auditor de segunda D. Enrique de Alcocer y R. de Vaamonde. El acto comenzó á las ocho de la mañana, con asistencia del Juez instructor, el Procesado, su defensor y gran número de personas, casi todas peninsulares. Entre ellas destacábanse las figuras de dos mujeres; una hermana del Dr. Rizal, y la amante de éste, Josefina Bracken.

Rizal había sido conducido, desde la fuerza de Santiago, á pie, entre bayonetas y atado codo con codo. Numeroso público, compuesto de indígenas principalmente, hallábase en el corto trayecto por aquél recorrido, que verificó en medio de un silencio religioso. Rizal penetró en la sala del Consejo á las ocho y diez minutos[1]. Iba tranquilo, imperturbable; miró á todas partes con su mirada peculiar, algo escrutadora. Vestía americana y pantalón negros y chaleco y corbata blancos. La cabeza, como de costumbre, llevábala cuidadosamente peinada. Sentado en el banquillo, con soldados á los lados y los brazos amarrados, Rizal oyó, durante ochenta y cinco mortales minutos, la lectura de las actuaciones. El silencio era sepulcral: no se oía otra voz que la del Sr. Dominguez. Terminada la lectura por el Juez instructor, el Presidente concedió la palabra al Fiscal, Sr. Alcocer, y éste leyó de seguida su informe de acusación. El último párrafo, como ya se dijo, impresionó visiblemente á Rizal. Los españoles aplaudieron la petición del Sr. Alcocer, es decir, ¡la pena de muerte! Y acto seguido, y previa invitación, levantóse el Sr. Taviel de Andrade, y dió lectura á su escrito de defensa, redactado en estos términos[2]:


  1. Tenemos á la vista, entre otros relatos, todos los telegramas y artículos de los Sres. D. Manuel Alhama y D. Santiago Mataix, redactores de El Imparcial y del Heraldo de Madrid, respectivamente. Por lo que toca á los telegramas, hay que leerlos con ciertas reservas; porque al ser traducidos ´ó hinchados en Madrid, echáronse á perder muchos conceptos y consiguientemente desfiguróse la verdad.
  2. El Diario de Manila, dando una prueba de imparcialidad digna de toda alabanza, quiso publicar este documento, y mando las galeradas á la Censura; pero el Censor se las devolvió tachadas con lápiz rojo.