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W. E. RETANA

ternos. Encontré á Antonio y á Maximino quienes leyeron con placer lo


    de los ateneistas le dió el primer aplauso, y la imparcialidad del lector indiferente y soberano le dió el regium exequatur.
    »Como capitalista, se mostró hace tiempo brindando en su casa, bajo pretextos artísticos, con espléndidos obsequios á las eminencias de nuestra política, de nuestras ciencias y de nuestras artes, y á lo más selecto de la sociedad madrileña. Verdad es que cualquiera, por eminente que sea, en siendo aficionado á antigüedades, á curiosidades de Filipinas y á monerías de la China y el Japón, productos de aquellas inimitables industrias de gran valor artístico y de gran valor real, puede curiosear mucho, con envidia seguramente, en casa de Pedro A. Paterno.
    »El acaudalado filipino, que cuida de su ilustración tanto como de sus colecciones, acaba de hacer un viaje de tres años por las principales poblaciones de Europa, de Asia, de Oceanía y de América, y en este viaje ha recogido centenares de objetos, los ha coleccionado y ha completado un museo que cautiva la atención. Mostrar este museo á sus íntimos fué el objeto de la reunión de anoche.
    »La verdad es que si para algo sirve el oro, es para cambiarlo por otras cosas. Saber emplearlo es una ciencia como otra cualquiera, y por mi parte declaro que no merece consideración el capitalista que no es profesor, siquiera alumno aventajado, de esta ciencia.
    »¡Cuidado que será monótono el retintín de las monedas de cinco duros, ó el aspecto de un tapete de billetes de banco!
    »Pedro Paterno se recrea en su museo, y al amateur que niega Dios, ¡Dios sabrá lo que hace!, dinero para adquirir uno igual, la Providencia le depara un amigo franco y obsequioso, como Pedro Paterno, que le abre las puertas de su casa.
    »No es posible decir lo que encierra en ella. Seria preciso tener á mano el catálogo, que debe ser voluminoso.
    »Desde que se pasa la puerta se encuentra uno torpe en los movimientos, por temor á tropezar con alguna chuchería que ha costado miles de duros.
    »Los pasillos, la sala, los dormitorios, las mesas, el suelo, las pare- des, todo está atestado de objetos, mezclados con inteligencia y gusto artísticos, ó separados con instinto de coleccionador…
    »Sobre una estantería de madera negra hay 40 ó 50 conchas de nácar puro, de gran tamaño, ya de la forma del molusco que contuvo, ya labradas caprichosamente, pero siempre luciendo esos irisados ó esos suavísimos matices de la perla. En otros armarios puede verse una colección de cocos do todos tamaños, blancos, negros como el ébano, grises y con manchones oscuros sobre fondo claro, pulimentados hasta escaparse al tacto y bonitos hasta no parecer cocos. Entre todos llaman la atención los que, montados sobre metal precioso, han sido empleados en la construcción de un servicio de thé. Cuadros de pintores filipinos, barros de grandísimo mérito, un jarrón chino de más do mil años de construcción, armas, telas, porcelanas, alhajas, objetos de arte de todo género, están agrupados en los primeros departamentos.
    »El comedor es un museo completo de cerámica, donde hay preciosos modelos de todos los útiles usados en el Archipiélago; en el cuarto contiguo hay una colección de sombreros filipinos, digámoslo así. Son grandes ruedos de finísima paja, adornados con onzas mejicanas y monedas de oro de distintos países. Hay casco de éstos, el que perteneció á un célebre capitán de bandoleros del país, que tiene en oro alrededor de la copa cerca de mil duros.
    »De esta habitación nos transladamos al gabinete chino. Abanicos por el techo y por las paredes, diminutas preciosidades de marfil, por