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Páginas de historia/Falucho y el sorteo de Matucana

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Falucho y el sorteo de Matucana


I
Los héroes desconocidos

¡Cuánta acción heroica ha quedado envuelta eu el humo de los combates ó yace sepultada en el polvo de los archivos!

Millares de héroes sin biografía han rendido noblemente su vida, como el mensajero de Marathon, "sin pensar siquiera en legarnos sus nombres", según la expresión del poeta.

Estos son los héroes anónimos de la historia.

Multitud de heolos magánimos y generosos yacen envueltos en el polvo del olvido, sin que una mano piadosa se cuido de sacudirlo, para que aparezcan en todo su esplendor las nobles figuras de nuestros soldados ilustres.

Estos son los héroes desconocidos de la historia.

¡Cuántos sacrificios obseuros, cuántos mártires modestos, cuántos héroes anónimos y cuántos hechos iguorados dignos de eterna memoria, de esos que hacen honor a la humanidad y constituyen la gloria más excelsa de un pueblo, cuenta nuestra historia militar!

El episodio histórico que vamos á narrar, uno de los más interesantes y sublimes de la guerra de la independencia sudamericana co el comprobante de las melancólicas reflexiones que anteceden.

Hace medio siglo que un soldado obscuro de Buenos Aires sacrificó deliberadamente su vida como un soldado de Leonidas, por no presentar sus armas & la bandera del enemigo triunfante.

Hace medio siglo que un puñado de oficiales del ejército argentino en el Perú sorteó la vida con un estoicismo heroico, digno de los mejores tiempos de la Atenas de Sócrates.

Hace hoy cincuenta años que dos ilustres mártires argentinos, nuevos Curcios romanos, se saerificaron con abnegación por salvar la vida de sus compañeros de armas, como víctimas propiciatorias de la libertad americana.

Transcurrieron treinta y tres años la edad de un redentor! antes que una parte de estos hechos fuera recordada, cuando, para mengua de la gratitud argentina, la patria de aquellos héroes aun no conocfa ni sus hombres! Empero, esos nombres merecon ser inscriptos en letras de bronce, en el gran monumento que la posteridad consagrará á las glorias nacionales.

Mientras tanto, la imprenta, con sus fungibles letrae do plomo, que se reproducen sin cuento, se encarga del premio y de la reparación.

La sublevación del Callao durante la guerra de la independencia, y la suerte de los jefesa y ofi ciales que quedaron prisioneros á consecuencia de tal suceso, forman el fondo de esto episodio de los tiempos heroicos de la República Argentina en que hasta los simples soldados eran héroes.

El coronel D. Juan Espinosa, natural de Mon tevideo, y al servicio del Perú, fué el primerc que le consagró un recuerdo tardío en una obra publicada en 1852, bajo el título de La herencia española de los Americanos.

La relación del coronel Espinosa, aunque llena de interés y escrita con animación, era incompleta y adolecía de inexactitudes.

Nosotros, compulsando nuevos documentos, reumiendo los recuerdos de los mismos actores en el drama sangriento que vamos á historiar, pudimos salvar en toda su integridad una de las más bellas páginas de nuestra historia militar, que podría figurar sin mengua en el libro de los héroes de Plutarco.

Publicada por primera vez en 1857, nuestra narración hizo populares los nombres de Falucho, de Millán y Pradan, y desde el humilde folletín de am diario, subieron hasta la oscena dramáiea. Después, el silencio se hizo en torno de ellos.

Han transcurrido desde entonces diez y ocho años, una nueva goneración ha crecido, y todavía ningún libro histórico ha registrado esos nombras.

La prensa popular, que se encargó antes de la reparación y del premio, se encarga de hacerles revivir, agregando hoy nuevas noticias á su respecto, mientras llega el tiempo en que del Diario pasen al Libro, II

La sublevación del Callao, Ea la noche del 4 al 5 de febrero (1) de 1824 se sublevó la guarnición patriota de los castillos (1) Espinosa dice que este suceso tuvo lugar el 15 de tebrero, pero consta la fecha que damos de documentos auténticos, cuales con las notas de Casariego, jefe de la sublevación, & Canterac: la del comandante español, don IsMira Aleix, al brigadier Jodli, al tiempo da recibirse del Callao, y el manifiesto de Torretagle, presidente á la gazón del Port del Callao de ima, arrebatados española por las combinaciones genio militar de San Martín.

á la dominación estratégicas del La guarnición se componfa on su mayor parte de las reliquias del memorable Ejército de los Andes, libertador de Chile y del Perú. El regi miento del Río de la Plata, loe batallones 2° y 5° de Buenos Aires, los artilleros de Chile, y dos escuadrones del célebre regimiento Granaderos á caballo que se reunieron más tarde (el 14) á los sublevados, fueron las tropas que, después de haber combatido por la independencia americana, rindieron el primer baluarte del Perú á sus más encarnizados enemigos, obscureciendo con este hecho sus antiguas glorias.

Se han dado distintas explicaciones sobre esta sublevación.

La versión más acreditada es la que atribuyeel motín á la falta de pago, en más de cinco meees, lo que es un hecho positivo (2), á lo que se agrega que en el día anterior á la sublevación habían sido abonados de sus sueldos los jefes y oficialas, sin que se acordasen de la tropa. Parece, en efecto, que esta fué la causa inmediata que determinó el movimiento, pero es indudablo que úste tenía raíces más profundas, pues á liber estado animada da tropa de mejor espíritu, tal escándalo no habría tenido lugar. Así lo reconocen en cierto modo los mismos jefes españoles, que tuvieron ocasión de penetrar en el fondo del pensamiento que presidió á la conspiración.

El general García Camba, á quien más adelante veremos figurar ca este drama de una manera sombría, dice al relatar el hecho: "Bien fueso (2) Manifiesto del genera: D Enrique Martfuez efecto del vivo deseo de regresar á Buenos Aire y & Chile, de donde procedía la guarnición del Callao, bien disgusto por el. atrabo que experimentaban en el pago do sus haberes, o bien, en fin, repugnancia de embarearse para la costa del norte á disposición de Bolívar, cuyas voces corrían, celosa al mismo tiempo de las preferentes atenciones que se llevaban las tropas colombianas, lo cierto es que en la noche del 4 al 5 de febrero sublevó la guarnición del Callao". (3).

El general en jefe de los restos del Ejército de los Andes, que lo era á la sazón D. Enrique Martínez, nos rovela en uno de sus manifiestos sobre este stroeso, que, además de los cuatrocientos mil pesos que se le adeudaban por sus servicios, y que el gobierno se negaba a pagar siquiera en parte, el jefe de ese mismo gobierno y su ministro de la guerra se habían puesto en comunicación con los enemigos traicionando su causa. No era solo esto. Los jefes y oficiales del mismo ejército, divididos entre af conspiraban para deponer tuumultuosamente á su jafo participando la tropa de estas maniobras. Más aun. El gobierno republicano de Lima había ordonado por nota oficial firmada por un argentino que formaba parte de él, que en razón de no existir el gobierno general de las Provincias Unidas, el Ejército de los Andes debía borrar su nombre y quitarse la escarapela argentina. A consecuencia de esto último, el Ejér cito de los Andes se había puesto bajo la protección del gobierno provincial de Buenos Aires, manifestando al del Perú que, puesto que no se le necesitaba y existie siempre la nación cuya bandera enarbolaban, se le diese al menos algo á (8) Memorias de las armas españolas en el Perd cuenta de lo mucho que se le debía, lo suficiente siquiera para fletar algunos buques en que trasIndaree á la patria (4).

En honor de los antiguos veteranos que cometieron este crimen, debemos creer que influyeron muy poderosamente en su resolución los recuerdos de la patria lejana y el deseo de volverla á ver, después de tan largos y fatigosos años de campaña. Debe también contarse por algo el or gullo militar ajado en las tropas que, después de haber sido la intrépida cabeza de la columna de la revolución, se veían colocadas á su retaguardia, Iruérfanas del vencedor de Chacabuco y Maipo, y sometidas á Bolívar, su feliz rival. Si esto no disculpa el hecho en sí, sirve por lo menos para atenuarlo, y sobre todo, para explicarlo, demostrando que la falta de pago fué más bien un accidente inmediato que determinó la sublevación.

Más adelante se verá que esa sublevación no tuvo en su origen un carácter político, y que otro accidonte le imprimió el carácter y la dirección que definitivamente asumió.

(4) Todos estos pormenores constan además de lon documento de la causa que se formó sobre el particular, del manifesto del generat D. Enrique Martinez, dado ea Montevideo en 1845, cuyo original tenemos en nuestro pa der (MC . S.). Constan también algunos de ellos, & la pat de otras particularidades que no con del caso, de la correspondencla inédita de D. Fellx Alzaga, á la azón, enviada diplomático del gobierno de Buenos Airas cerca de Chile y el Perú. (MS . del Archivo de relaciones exteriores).

DI

Los sargentos Moyano y Oliva.

Operada la sublevación, aparecieron á la cabeza de ella los sargantos Moyano y Oliva, ambos pertenecientes al regimiento del Río de la Plata, el cual sirvió de base al motín. Estos dos sargentos eran naturales, uno de Mendoza y otro de Buenos Aires; habían hecho todas las campañas del Ejército de los Andes, distinguiéndose ambos por eu valor más que por su inteligencia.

El general D. Rudesindo Alvarado era en aquella ocasión gobernador del Callao. El primer paso de los sublevados fué apoderarse de la persona del gobernador y de todos los jefes y oficiales de la guarnición, quienes fueron puestos presos, quedando aquéllos dueños absolutos de la plaza.

Obtenido el triunfo, los amotinados no acertaban á dietar ninguna medida, ni á dar una dirección al movimiento. Una parte de la tropa arrastrada por sorpresa, y otra sorprendida tal vez, volvía instintivamente los ojos hacia los jefes que por tantos años estaba acostumbrada á obedecer, y. á cuyas órdenes se había batido siempre. La soldadesca, emancipada del freno saludable de la disciplina, se entregaba á cometer excesos, no bastando ya á contenerla la autoridad de los nucvaa caudillos. El motín no tenía un objeto deciarado que pudiese mantener unidos en un mismo peneamiento á 1500 soldados, mandados por dos sargentos. En consecuencia, la reacción debía tardar lo que tardase en brillar la aurora del nucTo día.

Moyano, que como más audaz había asumido el mando superior, se encontraba desmoralizado en medio do su tritufo: veía desorganizarse los elementos que había desencadenado y tenía delante de sí en perspectiva el cadalso. Oliva, menos arrojado que Moyano, pero mis eagaz que él, tavo en aquel momento supremo una inspiración funesta, que decidió de la suerte del Callao.

Hallábase entre los prisioneros españoles ancerrados en las Casas—Matás del castillo el coronet.

D. José María Casariego, hombre de carácter firme y de gran presencia de espíritu on los momentos críticos. Habíalo conocido en Chile el sargento Oliva, y persuadió á Moyano que se dirigiesen á él, para que les aconsejaso en aquella difícil oircunstancia.

Moyano acogió la idea, y ambos se dirigieron en silencio á los retirados calabozos de Casas—Matas, donde descansaba el coronel Casariego, ajono á la revolución que se operaba en su destino.

Luego que los dos sargentos le informaron del objeto de su visita, comprendió todo el partido que podía sacarse de aquel suceso y de aquellos hombres, pero se guardó bien de manifestar su pensamiento. Se limitó á aconsejarles que trasladasen á los prisioneros españoles, de quienes nada tenían que temer, al cuartel de la puerta del So corro, que estaba en contacto con los amotinados, y que los reemplazasen en las Casas—Matas con los jefes y oficiales independientes, aislándolos así de la tropa y previniendo una reacción.

Moyano y Oliva acogieron con avidez el consejo, y antes de amanecer el día se hallaban todoslos presos patriotas en las Casas—Matas, bajo la custodia de Oliva, mientras Moyano alimentaba el fuego de la sedición, teniendo por coadjutor á Casariego.

La indisciplina y el desordeu subieron de punto como era natural, y esto, agregado á las maniobras, á las amenazas y á las promesas de los agentes patriotas, no hizo sino aumentar la confianza de Moyano y Oliva, que entonces comprendían el alcance del paso que habían dado, y se reconocían inferiores á la situación violenta y falsa que habían creado. El astuto Casariego, que se había insinuado ya con ellos respecto de la conveniencia de dar á la sublevación un carácter reaccionario, y que los encontró vacilantes se aprovechó con habilidad de aquel momento. Pintó á Moyano y Oliva con los más negros colores todo lo que tenían que temer de los patriotas, después del paso atrevido que habían dado, dibujándoles del modo más halugiieño las recompensas que debían esperar del rey de España, si se atrevfan ú levantar en los castillosel estandarte real. Valiéndose así de la esperanza y del temor, logró fijar á aquellos hombres en el mal camino encendiendo en sus almas un súbito relámpago de ambición y de grandeza, que debió ofuscarlos. Persuadidos de que no tenían salvación posible sino en el camino que se les abría, insinuaron artificiosamente en la tropa que este era el único medio de regresar á Buenos Aires y á Chile,, y aquélla aceptó la idea tal como se le presentaba; y dosde ese momento Casariego fué el árbitro do la situación, y el rey de España ducfie de la primer fortaleza de la América del Sur.

Los prisioneros españoles fueron puestos en libertad; Moyano se declaró jefe superior con el grado de coronel; Oliva fuó nombrado teniente coronel; Casariego asociado al mando político y militar; se dió nueva forma á los cuorpos sublevados; se intercalaron en ellos los jefes y oficiales españoles; se hizo una promoción general á oficiales entre los cabos y sargentos rebeldes, y se ofició al general Canterac pomiendo é su disposieión las fortificaciones y la guarnición del Callao.

Después de muchos días de negociaciones, que Casariego entretenia con astucia, y después de contrarrestar valerosamente los sublevados varios ataques por mar y tierra, oscilando entre el dagorden y la esperanza del pronto anxilio del ejército español, llegó por fin éste el 29 de febrero al Callao, y tomó posesión de la plaza,, confirmando en sus honores y empleos á los tres caudillos de los sublevados.

Moyano y Oliva llegaron á ocupar altos puestos en el ejército español, muriendo rodeados de honores.

Oasariego, mal recompensado de sus servicios, quedó en América. Por mucho tiempo vivió de la limosna de los conventos de Lima, y murió en la obecuridad y la miseria, ¡sin que el rey de España se acordase de su nombrel IV

Falucho En la noche del ó de febrero, subsiguiente á la do la sublevación, hallábaso de centinela en el torreón del Real Felipe un soldado negro, del regimiento del Río de la Plata, conocido en el Ejéreito de los Andes con el nombre de guerra de Falucho.

Era Falucho un soldado valiente, muy conocido por la exaltación de su patriotismo, y sobre todo, por su entusiasmo por cuanto pertenecfa á Buenes Aires. Como uno de tantos que se hallaban en igual eneo, había sido envuclto en la sublevación, que hasta aquel momento no tenía más carácter que el de un motin de cuartel.

Mientras que aquel obscuro centinela velaba en el alto torreón del castillo, donde se elevaba el asta—bandera, en que hacía pocas horas flamea ba el pabellón argentino (5), Casariego decidís á los sublevadoa á enarbolar el estandarte español en la obscuridad de la noche, antes de que se arrepintiesen do su resolución.

Sacada la bandera española de la sala de armas, donde se hallaba rendida y prisionera, fué lleva:

da en triunfo hasta el baluarte de Casas—Matas, en donde debía ser enarbolada primeramente, afirmándola con una salva general de todos los castillos.

Faltaba poco para amanecer, los primeros res plandores de la aurora iluminaban el horizonte y el mar Pacífico estaba sereno.

En aquel momento se presentaron ante el negro Falucho los que debían enarbolar el estandarte, contra el qué combatía después de catorce años.

A su vista el noble soldado, comprendiendo su humillación, se arrojó al auelo y se puso á llorar amargamente, prorrumpiendo en sollozos.

Los encargados de cumplir lo ordenado por Moyano, admirados de aquella manifestación de doIor, que acaso interpretaron como un movimiento de entusiasmo, ordenaron á Falucho que presen(5) Esta bandera, traída del terá por el general don Enrique Martinez, tus entregada al gobierno de Bueno Aires, acompañada de una memoria sobre las campañas del Ejército de los Andes. Es la misma que se ha presentado al puebla al jurar Buenos Aires la constitución nacional y al augurarse las estatuas de San Marty de Belgrano, <—141 tase el arma al pabellón del rey que se iba ú enarbolar.

—Yo no puedo hacer honores á la bandera contra la que he peleado siempre contestó Falucho con melancólica energía, apoderándose nuevameute del fusil que había dejado caer.

—¡Revolucionario!

varios á un mismo tiempo.

Revolucionario!—gritazon —Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor!—exclaanó Falucho con el laconismo de un héroe de la antigüedad (6); y tomando su fusil por el cañón, lo hizo pedazos contra el asta—baudera, entregándose nuevamente al más acerbo dolor.

Los ejecutores de la traición, apoderándose inmediatamente de Falucho, le intimaron que iba á morir, y haciéndole arrodillarse en la muralla que laba frente al mar, cuatro tiradores le abocaronl á quemarropa sus armas al pecho y á la cabeza.

Todo era silencio y las sombras flotantes de la noche aun no se habían disipado. En aquel momento brilló el fuego de cuatro fusilos, se oyó su detonación: resonó un grito de ¡Viva Buenos Aires! y luego, entre una nube de humo, se sintió el ruido sordo de un cuerpo que caía al suelo.

Era el cuerpo ensangrentado de Falucho, que caía gritando viva Buenos Aires! ¡Feliz el pueblo que tales sentimientos puede inspirar al corazón de un soldado tosco y obscuro!

Así murió Faluoho, como un guerrero digno de la República de Esparta, enseñando cómo se muero por sus principios y cómo se protesta bajo el imperio de la fuerza. Para enarbolar la bandera (6) Todos estos detalles y palabras, como los demás que se leerán, son rigurosamente históricas.

española en los muros del Callao, fué necesario pasar por encima de su cadáver. Se enarboló al fin, pero salpicada con su sangre generosa, y aun tremolando orgullosamento en lo alto del baluarte, el valiento grito de viva Buenos Aires! fué la noble protesta del mártir contra la traición de sus compañeros. Esa protesta fué sofocada por el estruendo de la artillería en los baluartes del CaDao.

Falucho había nacido en Buenos Aires, y su nombre verdadero era Antonio Ruiz. Pooos generales han hecho tanto por la gloria como ese humilde y obscuro soldado, que no tuvo un sepulcro, que no ha tenido una corona de laurel, y cuyo nombre todavía no ha sido registrado en la historia de su patria.

¡El martirio de Falucho no fué estéril!

Pooos días después, se sublevaron en la Tablada de Lurín (7) dos escuadrones del regimiento de Granaderos á caballo, y deponiendo á sus jefes y oficiales, marcharon á incorporarse á los sublevados del Callao. A la distancia vieron flotar el pnbellón español en las murallas. A su vista, una parte de los granaderos, que ignoraba que los eublevados hubiesen proclamada al rey, volvicron avergouzados sobre sus pasos, como si la terrible sombra de Falucho lea enseñase airada el ca mino del honor. Sólo los más comprometidos peraistieron en su primera resolución y volvieron sus trines contra sus antiguos compañeroe, quedando así disuelto por el motín y la traición el memorable Ejército de los Andes, libertador de Chile y del Perú.

(7) Orden general de García Camba publicada en Lim..

V.

Los calabozos de Casas—Matas Los jefes y oficiales patriotas encerrados en los calabozos de las Casas—Matas, oían desde su prisión los lamentos y los gritos de Falucho, al mismo tiempo que la descarga que le quitaba la vida y la salva de artillería que saludaba la ascensión de la bandera española en los castillos. Los respiraderos de la prisión comunicaban con el torreón del Real Felipe, donde Falueho estaba de centinela. Estos respiraderos, que dejaban penetrar los ruidos pavorosos del exterior, apenas daban paso á la luz; así es que los presos vivían en tinieblas.

Hacía dos días que, en el desorden que reinaba en la plaza, no se había acordado nadie de dar de comer á los prisioneros, de manera que sufrían las angustias de la situación y las punzantes mortificaciones del hambre. Para mayor tormento ge habían aglomerado en una sola cuadra más de cien personas, que no tenían ni el aire suficiente para respirar, ni el suelo necesario para dormir.

Tal era la triste situación de los jefes y oficiales patriotas encerrados en Casas—Matas, mientras Falucho moría heroicamente en el baluarte.

Aun no había amanecido, y muchos de los prisioneros dormían, cuando repentinamente se iluminó el suelo de la cuadra y se vió correr una lfnea azulada de fuego, que se dirigía como una serpiente hacia la entrada de un depósito de mietos de guerra, que comunicaba con la prisión por una débil puerta de madera.

Era un incendio que se pronunciaba y que tenía por origen una gran cantidad de azufre derramado por el suelo al tiempo de trasladar los mistos al depósito indicado. El fuego do un cigarro determinó su combustión.

El terror se apoderó de los prisioneros, y en los primeros momentos no acertaron á hacer ningún novimiento, á pesar de que el fuego se propagaba con rapidez por el auelo y se dirigía siempre baia la puerta del depósito. Algunos, con más presencia de espíritu, ee arrojaron sobre el fuego para sofocarlo con sus cuerpos ó con sus ropas, impidiendo así que so pusiera en contacto con los mistos. Al fin lo consiguieron para verse amenazados de otro peligro mayor.

El ruido que causó en la prisión la alarma del incendio y los esfuerzos hechos para apagarlo, llamaron la atención de los que se hallaban en la explanada de las Casas—Matas. Lo primero que se les ocurrió fué que los jefes y oficiales se habían sublevado, y sin más averiguaciones se pusieron á hacer fuego por las ventanillas del calabozo.

Los que acababan de salvar de tan inminente peligro se vieron nuevamente expuestos á morir entre una lluvia de balas que cruzaban la prisión en todas direcciones. Al fin pudieron hacer comprender á la guardia lo que sucedía, y por esta vez al menos salvaron sus vidas.

Mnohos de ellos habían pasado más de diez años de su vida encerrados en aquellas horriblea prisiones, y el temor de terminar la miserablemente en ellas debilitaba en sus almas hasta la es peranza de la libertad. Los que con más arrogancia soportaban su desgracia aun esperaban que la escuadra patriota y el ejército de línea pudiesen abrirles á cañonazas las puertas de la prisión. Los ruidos por la tarde, de tierra, los descargas de fusi2 kería que por allí se sentían á veces, las detonaciones del cañón marino en la bahía, los resplandores intermitentea que en medio de la noche penetraban á manera de relámpagos por los respiraderos, eran otras tantas luces de esperanza que el silencio volvía á apagar bien pronto. Todo contribuía á apocar los ánimos y á destemplar la varonil energia de que tanto necesitaban pana hacer frente con dignidad a la desgracia.

Después de más de cuarenta días de riguros carcelaje y de miseria fueron sacados de sus calabozos los jefes y oficiales independientes presos en las Casas—Matas. La transición violenta de la obscuridad á la luz del día deslumbró á los más, habiendo algunos que por largo rato creyeron haber enceguecido. Inmediatamente fueron entregados al general Monet, que con su división debía custodiarlos hasta el valle de Xauxa, para hacerles pasar do allí á la isla de los Prisioneros, situsda en el lago de Titicaca ó Chucuito.

Eran los presos como 160 entre jefes y oficia les (8), y fueron divididos en dos grupos para inayor seguridad, pues en la misma división que debía custodiarlos, iban los dos escuadrones de Granaderos á caballo, últimamente pasados al enemigo.

El grupo de prisioneros, cuya marcha vamos á seguir, y en que tuvo lugar el suceso que va mos á narrar, se componía de 80 jefes y oficiales, entre los que se contaban un general y tres coroneleg.

(7) Alaix en sus partes al general Rodit dice que eran etento cinco.

VI

La quebrada de San Mateo La división Monet salió de Lima el 8 de marzo y tomó el camino de la quebrada de San Mateo, que es el camino de uno de los pasos de la cordiIlera que coduce directamente al valle de Xanxa, dando origen al celebrado río Rimac.

La quebrada de San Mateo, quo ha sido reconocida por uno de nuestros primeros geógrafos (9) en la más pintoresca de la Sierra del Perú.

A lo largo de ella hay diez pueblos, y por su centro corre un río torrentoso, que se desprende de lo alto de la Cordillera, que va tomando el nombre de las diversas poblaciones que baña, y que, frente al pueblito de San Juan, se denomina río de Matucana. El camino es sumamente fragoso; se marcha casi continuamente por estrechas laderas ó desfladeros levados á centenares de pies sobre el cauce del río, que brama sordanente en el fondo de la quebrada, no pudiendo muchas veces pasar por ellas sino un hombre de frente. Cuando de esas laderas se baja al fondo del procipicio, para faldear la montaña opuesta, hay que atravesar el río por varios pequeños puentes de piedra, que facilitan esta operación, hallándose estos puentes precisamente en aquellos sitios donde la escabrosidad de las rocas facilita la ocultación de las personas, sin que se den cuenta de cllo, aun los miemos que van más inmediatos. Multitud de hondas acequias en que puede ocultarse un hombre, se cruzan en todo sentido.

. (8) El coronel D. José Arenales, Esta descripción era necesaria para comprender como pudieron efectuar su évasión algunos de los prisioneros, al mismo tiempo que sirve para hacer formar al lector una idea del severo y agreste paisaje donde tuvo lugar la sangrienta tragedia del sorteo de San Juan de Matucana.

El primer díe anduvieron los prisioneros siete leguas á pie y pernoctaron en Vicentélo. Don Juan Ramón Estomba y D. Pedro José Luna (después caronclea), se tendieron en el suelo, uno al lado del otro. A pesar de estar muy fatigados, los dos velaban. Una conversación en toz baja se estableció entre ellos, y antes de entregarse al sueño los dos se habían juramentado para fugarse en la primera ocasión propicia. Al día siguientc comunicaron su proyecto á D. Pedro José Díaz (después coronel), y á los oficiales Millán y Prudan, sus compañeros de hilera, comprometiéndose & auxiliarse mutuamente en la fuga, á darse unos á otros la preferencia según las circunstancias y á no revelar el secroto en ningún caso.

Al tercer día de marcha (en la noche del 21 de marzo), llegaron á la estreoba ladena de Tambo Vizo. Marchaban los prisioneros en desfilada. Es tomba y Lama iban outre Millán y Prudan. Al descender al fondo de la quebrada, la cabeza de la columna atravesó una honda acoquia, y se comprometió en uno de los puentecillos ya deseriptos, colocado precisamente en un recado del camino quo impedía ver lo que pasaba ú retaguardia. Al pasar por la acequia, soldados y prisioneros se agachaban sobre la marcha para tomar agua. Estomba y Luna imitaron el mismo movimiento y se deslizaron á lo largo de ella como por un camino cubierto. Millán y Prudan cerraron el claro. con impasible abnegación. re.

nunciando á la salvacióu para burlar la vigilancia de la custodia (10). ¡Esta generosidad debía cos:

tarles la vida!

Apenas supo Monet, al amanecer del día siguiente, la evasión de Estomba y Luna, so puso furioso, y según lo afirman tres testigos presenciales (11), y lo repite el coronel Espinosa, se degradó hasta el extremo de insultar personalmento á los prisioneros y abofetear & algunos de ollos. Pero oste hecho no está bion probado y no hay necesidad de recargar con sorubras estu cuadro, demasiado fúnebre por sí.

Lo que, sí, es positivo es que, habiendo sido vanas las pesquisas para dar con los fugitivos, el cura del lugar fué desterrado para siempre de él, por sospecharse haberles dado asilo (12).

VII

El sorteo La columna siguió su marcha nscendiendo siempre á lo largo de la quebrada.

Luego que la división llegó al pueblo de San Juan de Matucana, que dista 19 leguas de Lima, (10) Todos estos pormenores constan de una carta de misma coronel Lune, euro original tenemos en nuestro poder, en la cual se dico: «Al pasar la columns ya estábamos al borde de un precipicio para arrojarnos & él, en et caso de ser encontrados. (M. S. autografo). El general erpaliel García Camba nambra al capitán Alegre en vez de Lins, on lo cual padeco un error, no obsante haber sido actor en el succo.

(11) Los coroneles lulanto y González y el comandante Guirourt, las tres at servicio del Perú.

(10 %) Carta del coronel Lima, citada en la nota 9.

los prisioneros fueron colocados sobre la ribers del río del mismo nombre, bajo la guardia de dobles centinelas de vista. Inmediatamente se presentó el general García Gamba, jefe de estado mayor de la división, acompañado del coronel español Fur. El primero (á quien se atribuye haber instigado á Monet á cometer el acto de barbarie que se ejecutó en ese día, y que en sus Memorias se justifica mal del cargo), ordenó á los prisioneros que se formasen en ala, lo que ejecutarou todos, con excepción del general D. Pascual Vivero, que estaba separado de ella, y que era el mismo que se había sublevado contra el rey de España entregando la plaza de Guayaquil.

Así que los prisioneros estuvieron formados, García Gamba les habló en términos duros con el semblante airado que le era habitual —Señores—ies dijo—tengo orden terminanta del general de la división de sortear á ustedes, para que mueran dos, por los dos que se han fugado; en la inteligencia de que, de hoy en adelante, serán responsables los unos de los otros, pues ei sc fugan diez, serán fusilados diez; y si se fugase la mitad, morirá el resto.

El Dr. López Aldana, auditor de guerra del ejército independiente, el hombre de la justicia, el representante del derecho en présencia de la fuerza, el á sus compañeros de infortunio y á los sagrados deberes del abogado, no pudo contener su indignación, y levantó su voz enérgica en favor de los oprimidos, como si abogase ante el tribunal; y para honor de la humanidad esta defensa se ha salvado por la tradición oral.

—En ninguna parte se ha visto—dijo López Aldana que la víctima sea custodia de la víctima. En las sociedades bárbaras no se recuerda

—28on techo tan atroz ni tan injusto. Que responda el oficial de las faltas, pero jamás ninguno de los prisioneros, porque ninguno ha negado ni niegu aus brazos y sus pies á las cadenas que quieran ponerles. Sobre todo, reclamo que se observe con nosotras el derecho de gentes y...

—Bastante se ha observado el derecho de gentes con usted y sus compañeros—le interrumpió Cambe pues tienen aún la cabeza sobre los hombros Inmediatamento se dispuso lo conveniente para proceder al sorteo, y los prisioneros, comprendiendo que se hallaban bajo el peso de una res Jación implacable, guardaron silencio, salvando Asi eu dignidad y esperando tranquilamento cl misterioso fallo del destin.

El coronel argentino Videla Castillo, que formaba, por su elevada graduación, á la cabeza de sus compañeros, quiso haver aún un último esfuerzo por ellos, inmolándose por la salvación común.

—Va á procederso al sorteo—dijo Camba, en alta voz, dirigiéndose á los prisioneros.

Con qué derecho se hace esto?—le preguntá Videla Castillo.

—¡Con el derecho del que lo puede!—repuso secamente Camba.

—Bien; tenga usted cuidado con la represalia, Sr. Camba.

—Señores, va á procederse al sorteo—volviú á repetir Camba.

—Es inútil esa suerte—dijo con tranquila firmeza del noblo coronel Videla Castillo.—Aquí estamos dos coroneles: elija usted cuál de los dos ha de morir, ó fuellesenos á los dos juntos si so quiere, y hemos. concluído ¡No! | No! ¡A la suerte!—gritaron casi á un mismo tiempo todos los prisioneros (1).

El general Vivero, que en este intervalo había advertido lo que pasaba en el campo de los prisioneros, se dirigió hacia donde ellos estaban, y sin proferir una palabra se formó tranquilaincnte á la cabeza de la fila, como si fuese á cumplir con un deber ordinario del servicio.

Era el general D. Pascual Vivero un anciano de más de setenta años, de figura marcial y fisonomía simpática, a la que daban apacible majestad los blancos cabellos que coronaban su cabeza.

García Camba, que se hallaba en aquel momentdistraído presidiendo los preparativos del sorteo, notó al general Vivero al levantar la vista.

—Sr. D. Pascual—le dijo, haciéndole ton la mano ademán para que se retirase—con usted no reza la orden.

—Sí, rezal—contestó sencillamente el noble auciano, con el sublime laconismo del padre do los Iloracios.

—No, Sr. D. Pascual, esta orden sólo reza para los prisioneros que marchaban unidos.

—Debe rezar conmigo, porque debo participar le la suerte de mis compañeros, así en las desgrnvias coro en las felicidades. Por mi grado mo corresponde sacar la primera suerte.

—¡Se va á proceder al sorteo!—gritó el impla(13) Todos estos diálogos son xtualmente recogidos de boca de los actores del sorteo que aun viven, y principalmente del coronel D. Pedro José Diaz, que á una extraordinaria memoria para repetir textualmente las palabras que había ofdo, reunfa la facultad de describir las acciones de guerra y escenas históricas que habla presenciado, re cordando hasta los restos.

cable jefe de estulo mayor, sin darse por enten dido de la insistencia.

Entonces el general Vivero, sensibilizado ca presencia de tantos jóvenes que iban á jugar sus vidas, se dirigió al ejecutor de tan tiránica orden, bablándolo en estos términos:

—Soy un viejo soldado que ha sido traidor & Fernando VII , que ha entregado la plaza de Guayaquil, y he devuelto todos mis honores al rey.

He perdido dos hijos en el campo de batalla, y han muerto defendiendo su patria, que es también la mía, porque era mía la sangre que derramaron (terfual). De consiguiente, poco útil puedo ser ya á la patria: esos jóvenes todavía pueden dar le días de gloria, por lo que pido y suplico que se sacrifique á este pobre viejo, y que se salven tan preciosas vidas García Camba, que en aquel momento escribín las cedulillas del sorteo á muerte, sobre una caja de guerra que le tenía su tamubor de órdenes, no oyó, ó acaso aparentó no oir, las sentidas palabras del generoso anciano.

Escritas Ins cedulillas, eran dobladas por el tamilor, y arrojadas en el morrión cónico de un sargento del regimiento de Cantabria, que daba ese día la guardia. Acto continuo se procedió á pasar lista á los prisioneros, que para algunos de ellos iba á ser la última lista de la vida.

Sentimos no poder dar los nombres de todos los jefes y oficiales que pasaron aquella fúnebre lista, jugando con serenidad la vida. He aquí los únicos que hemos podido recoger: auditor de guerra. López Aldana. Jefes: Videla Castillo (José), Ortega, Carrasco (D. Eduardo), Medina, Magan (Esenlástico), Agüero, Llicio, Girouf (Eugenio), Tenorio. Oficiales: Díaz (Pedro José, inuerto de coro nel en Buenos Aires), Gómez, Pando, Cavero, Belareso, Campana, Lista (D. Ramón, muerto en Buenos Aires, de coronel), Ortiz, Heredia, Castro, Prudan (Juan Antonio), Pérez, Jiménez, Callejas, Reaño, Noriega, Ríos, Quiroga, Carrillo, Grados, Cheguecas, Gallangos, Lucero, Miro, Funea, Alvarez, Calderón, Muniz, González, Taramona, González (Lorenzo Román), González (Jomb Ignacio), Pérez (José Miguel), dos hermanos Duantos, dos hermanos Barrones, Castro, Tapia, Tineo, Fernández, Gómez, Cabanillas, Ariste, Godoy, Pérez (Manuel), Luján, Oliva, López (Manuel) (14).

El orden de la formación, dando frente al río, que corría corno á diez pasos, era el siguiente:

General Vivero, español.

Coronel Videla Castillo, de la Punta de San Luis.

Coronel Ortega, colombiano.

Mayor Escolástico Magan, argentins Capitán Reaño, de San Juan.

Capitán Manuel López, de Córdoba.

Capitán D. Pedro, José Díaz, de Mendoza Mayor Tenorio, peruano, Capitán Ramón Lista, de Buenos Aires.

Seguían sucesivamente todos los demás, entre los cuales se hallahan representadas todas las provincias de la República Argentina, en aquella época, incluso la Oriental, no deteniéndonos más en esta revista, por ser los nombrados los únicos (con excepción de uno solo), á quienes les cupo el terrible honor. de tomar suerte, como se verá más adelante.

El primero que metió la mano en el morrió (12) La lleta que trae Espinosa on and incompleta.

A que contenía la ciega sentencia de muerte que pesaba sobre aquellas nobles cabezas, fué el coronel D. José Videla Castillo. Tomó su cédula sin que se le notase agitación en el paso, la abrió y vió que era blanca, y ningún sintoma do alegría se dibujó en az semblante austero y reposado.

El coronel Ortega, el mayor Magan, los capitanes Reaño, López y D. Pedro José Díaz, tomaron sus cédulas, con igual serenidad, imitando el bello ejemplo que les daba su jefe. A todos ellos les tocó blanca.

Parecía imposible que entre tantas almas tan bien templadas pudiese haber un cobarde, y sin embargo, lo hubo. El nombre de eso infame debe clavarse en la picota de la historia para eterno baldón suyo, y nos honramos en ser los primeros que lo damos á luz, para hacer resplandecer más la sublimidad del heroísmo estigmatizando la co bardía como merece.

Cuando llegó su turno al mayor Tenorio, su rostro se demudó, y retiró instintivamente la mano que iba á meter en el morrión fatal, que contenía la vida é la muerto.

Yo no tomo cédulal—cxclamó al fin, el eobarde Tenorio, después de algunos momentos de vacilación en que no vió por todas partes sino semblantes adustos.

—Tome usted su suerto como los demás le ordenó con imperio García Camba.

Que declare primero el señor—dijo Tenorio, señalando á Lista que estaba á su izquierda—él sabe quiénes son los que protegieron la fuga.

¡Yo no sé nada!—interrumpió bruscamente Lista. Venga la suerte.

—Usted me ha dicho que sabía quiénes eran; y no deben pagar los justos por los pecadores.

—Es usted un infame!—le apostrofó Lista.Si yo he dicho algo á usted será en el scuo de la confianza. 1A ver, venga mi suerte!—afiadió, me tiendo la mano en el morrión fatídico del impasible sargento de Cantabria y saçando una cédula que se dispuso á desdoblar con sangre fría.

En aquel momento salió un joven de entre las filas, y adelantándoso cuatro pasos, exclamó con voz vibrante:

¡Yo soy uno!

—Yo soy el otrol—dijo inmediatamente otro oficial, que imitó la acción de su compañero.

Venga la suertel ¡Venga la suerte!—gritaron todos á un mismo tiempo, á excepción del infame Tenorio.

¡Es inútil!—les contestaban aquellos dos grandes corazones, que se ofrecían al sacrificio como víctimas propiciatorias de sus compañeros de armas.

El primero de éstos, joven todavía, en la edad de Jas verdes promesas de la vida, ee llamaba D. Juan Antonio Prudan (16), y era natural de Buenos Aires (17).

El segundo, de edad raús provecta, con la frente calva y con una orla de cabellos negros que le circundaban el cráneo, dándole un aspecto inponente, era el capitán D. Alejo Millán, hijo de Tucumán.

Ambos habían hecho casi todas las campañas de la independencia, especialmente Millán, quien había estado presente. en todas las guerras del (14) Espinosa le llama equivocadamente Manuel.

(17) Algunos de sua compañeros de armas le tenian por hijo de Montevideo, y así lo repite Espinosa. Su familie era de Buenos Aires, o su fe de bautismo existe en la parroquia do San Nicolás, (Noticia transmitida por el coronel dan José Mara Bustillos, parlente de Prudan).

Alto Perú. Prudan, prisionero en Vilcapugio, hin bía permanecido siete años prisionero en las CasasMatas del Callao, hasta que la expedición de San Martín á Lima puso fin á eu largo cautiva zio (18).

Sin embargo de la tranquila resolución de Prudan y Millán, todos exigían que se continuase el sorteo.

—Es intitil—volvió a repetir Millán.—En prueba de que soy yo el que dobe morir, aquí está una carta del coronel Estomba.

—En, el equipaje que viene en mi maleta se encontrará la casaca de Luna—dijo Prudan.

—¡No les crean! gritaron á una yoz todos los prisioneros.

Es cierto!—contestaba Prudan.

—No hay que afligirse entereza—¡ verán morir dos añadía Millán, con valientes!

—Es inútil seguir la suerte dijo entonces con frialdad García Camba—habiéndose presentado los dos culpables, serán fusilados (19).

Millán, prisionero de los españoles en la batalla de Ayouma, y que había estado encerrado en las (28) He aqut la anica noticle que sobre Prudan encontramos en el Archivo general: En el Legajo General del ejército de los Andess, 1816, se registra uma carta del irrey Pezuela á San Martín, de 18 de diciembre de 1717, combentando una propuesta de canje de prisioneros (que no tuvo lugar), & la cual se adjunta una relación de las del Alto Pard. En ella se lee: eCadete Manuel Prudan, 17 años, patris Buenos Aira. Por, consecuencia, al tiempo de morir, Prudan no había cumplido los 25 abos. (a. 8.) (18) Repetimos que, tanto eete diálogo como los demás GUD riguroimente históricos. Apeosa non hemos permitido arreglar la frase que nos ha sido transmitida, y qua hemos copiado bajo el dictado de los testigos oculares de aquella tragedia.

Casas—Matas del Callao cerca de siete años, dijo entonces:

—Prefiero la muerte, de cualquier modo quo sea, á los tormentos de ser presidiario de los españoles (20), VIII

Prudan y Millán Las dos víctimas predestinadas fueron puestas en capilla, y por una de aquellas coincidencias burlescas que siempre aparecen en las catástrofes, el capitán encargado de custodiarlos llevaba el apellido de Capilla.

Dos horas sc les dieron para encomendar su alma á Dios. El cura de Matucana los confesó y fué el que los asistió hasta los últimos momentos. Habiendo cumplido con los deberes religiosos del cristiano, Prudan y Millan no cesaron de apostrofar á sus verdugos, y en esta circunstancia se apoya García Camba, en sus Memorias, para justificar su ejecución (21).

Cuando se acercaba la hora del suplicio, dijo Millán al capitán Capilla:

Espero que me hará usted el último favor que lo voy & pedir: voy á morir por la patria, y quiero que me traigan mi uniforme que tengo en mi maleta.

II abiéndolo traído la casaca y vestidose con ella, sacó de catre su forro las medallas con que había (20) Memoria de Miller.

(18) Espinosa supone que Prudan y Millau fueron fuellados a consecuencia do haberles tocado en suerta. La veralón que damos os la verdaders.

sido condecorado, y colgandolas al pecho, dijo sus Horosos bumpañeros:

—He combatido por la independencia desde mi juventud; me he hallado en ocho batallas, he caído prisionero en Ayouma (22); he estado siete años encerrado en Casas—Matas y habría estado setenta, antes de transigir con la tiranía española, que va á dar una nueva prueba de su ferocidad.

Mis compañeros de armas, testigos de este asesinato, algún día lo vengarán, y ai ellos no lo pue den hacer, lo hará la posteridad.

Victima ilustre, tus votos están cumplidos!

Pocus momentos después se oyó el sordo redoble del tambor. La custodia de los prisioneros se puso sobre las armas, y la guardia de capilla los condujo al lugar del suplicio, sobre la ribera del río.

Los demás fueron formados de á dos en fondo, dando frente al río, y Millán y Prudan dando la espalda al río y el frente á sus compañeros.

Los ejecutores quisieron vendarles los ojos, pero ambos se resistieron, permaneciendo de pie, con la cabeza erguida y en actitud valerosa, prontos á dar eu vida por su religión política.

La escolta del suplicio preparó sus armas que traía ya cargadas, y al tiempo de echárselas á la cara, Millán, que con el pelo echado hacia atrás con el rostro encendido de nobles iras, apostrofaba enérgicamente á sus asesinos, gritó con voz estearbórea:

—Compañeros, la venganza les encargo!

Y abriéndose con furor la casaca, añadió:

Al pechol jal pecho! viva la patria!

(22) autor de Herencia Española ace que en Vilcapugle; pero, sin embargo, lo da presente en Ayouma, que fué posterior. El general Paz, que cunoció a Milan:

be asegurado este bachio, Al sonar la fatal descarga cayó bañado en su sangre generosa, repitiendo el valiente grito de ¡Viva la patria! (23).

Prudan, menos ardiente que su compañero de suplicio, guardaba silencio, ostentando la apacible serenidad y la mansa resignación de un mártir, y murió exclamando también ¡Viva la patria!

La muerte no arrebató á su fisonomía esc bello carácter de tranquilidad, mientras que el rostro desngurado de Millán, con la amenaza pen.ente aún de los labios, guardaba el ceño terrible con que lo encontraron las balas que atravesaron su magnánimo corazón.

Los verdugos de Prudan y de Millán, no satisfechos con aquel bárbaro asesinst, hicieron desfilar á todos los prisioneros por delante de los cadáveres sangrientos de aquellas dos nobles víctimas. Horresco réferens!

(22) El coronel D. Ramón Estomba, uno de los fugitivos que fué causa del sorteo, compuso una canción rúnebre, que consagró a estos dos vallentes, la que, con la música de la Polo, se cantó por largos años en los campamentos milllares. Eu ella se mencionan estas particularidades en la sigulente trofa:

Al suplicio conducen á entrambas, Y con animo grando Millán Dasabrocha el honraso uniforme Y les dice: «Aquí, al pecho, i tirad Las palabras que ponomos en boca de Millan, y los otros pormenores, nos fueron transmitidos por el coronel D. Pedro Jone Dlaz, testigo presencial y actor en esta tragedia.

IX

El lago de Chucuito Los desgraciados que sobrevivieron á Pruden y Millán, continuaron tristemente á su destinodonde les esperaban nuevas amarguras, mientras que los demás compañeros de infortunio, que iban por otro camino, debían pasar por pruebas no menos duras, Los prisioneros sorteados en San Juan de Matucane fueron confinados á la isla de Esteves, que sa halla frente á la ciudad de Puno, en el gran lago de Chucuito, cuna de la civilización indígena del Perú. La isla es un peñasco árido donde sophi constantemente un frío húmedo como el del se pulcro.

El paisaje tiene una grandiosidad austera que inspira recogimiento al alma cuando se evocan los grandes recuerdos de la historia.

Vense desde allí cadenas de montañas que limitan el horizonto al naciente y al norte, y por esta parte descuella entre todas el cerro donde es creencia vulgar fué sepultada la gran cadena do oro que rodeaba el templo del sol. Las islas del lago, que son qtras tantas montañas sumergidas, se destacan sobre el fondo de las aguas, amarillento por la tarde, y blanquecino por la mañana; y soberbias ruinas de una civilización anterior á la de los quinchúas, llenan csas rocas solitarias.

Los nevados picos de la cordillera se divisan algunas veces en lontananza, mientras una balsa de paja gobernada por un indio pescador, y con una estera por vela, surca la quieta superficie del lago, trayendo á la memoria los juncos de la China.

A la distancia se presiente por la forma de las citas el célebre estrecho de Tiquine, á un lado del cual está el sagrario de Copacabana, que ha inspirado á Calderón uno de sus más poéticos dramas, y al otro, el fúnebro campo de Huaqui, donde las armas argentinas sufrieron un revés come el de Cannas, no lejos de las soberbias ruinas del famoso templo de Tiahunaco. Inmediato está el puente flotante que dejó el Inca, y que exista todavía, á pesar de ser de liviana paja; y pasando el puente se encuentran las calzadas de Zepita, donde independientes y realistas se batieron como austriacos y franceses en los diques del Adije.

El pueblo de Pomata, con su magnífica iglesia esculpida en granito rojo, como una joya de filigrana, se hace conocer por los rojizos peñascos que lo rodean, y los campanarios de Juli, cuartel general de la Compañía de Jesús en la conquista espiritual del Nuevo Mundo, se alzan orgullosos aún, atestiguando la grandeza y el poder de aquella singular asociación. Más allá está Azángaro, el puerto donde desembarcaron Manco Capac y Mama Oello, como dos ángeles descendidos del cielo, y de allí sale el camino que conduce al Cuzco, capital del imperio que conquistaron y destruyeron las espadas de los Pizarros. Por alli, caminando hacia el Alto Perú, está el campo donde fué derrotado Almagro, disputando & Bus rivales el manto desgarrado de sus descendientes de Atahualpe. El sitio conocido con el nombre de Horca del Inca y el campamento de Tupac Amaru están á la vista y al fondo de las misteriosas eelvaa de la quina, del café y del cacao, cuyos perfumes no llegan hasta la isla. Une linea uniforme de pálida verdura, formada por la vegetación de las totoras de que se forman lan <—35balsas que navegan el lago, borda sus melanc6licas riberas, poblndas de aves acuáticasque Cuando aliora algunos años visitamos esa iala, sentimos el religioso respeto que inspire naturalmente al alma la contemplación de los imperios caídos, y el recuerdo de los padecimientos nuestros padros se resignaron para darnos patria y libertad. Algún día el Byrou americano encontrará en aquel calabozo inspiraciones varoniles, no menos elevadas que las que despertó el castillo de Chillon en el bardo británico.

La tradición oral de Puno cuenta que los habitantes de la isla maldecida vieron llegar un día el resto de los prisioneros del Callao, que venían pálidos, envejecidos y con los pies chorreando sangre.

Contaban aquellos desgraciados pavorosas historias de su peregrinación, que en las largas noches de la prisión entretenían por las emociones á los desterrados de aquella especie de Siberia.

Sgún ellos, en el pueblo de Santa Rosa, camino del Cusco á Puno, habían sorprendido una noche á sus guardianes dormidos, y arrebatádolea u armas y conquistado su libertad á sangre y fuego.

Que habiéndose refugiado en las montañas de Coroyco, en el Alto Perú, después de costcar por muchos días el gran lago, algunos de ellos habían sido devorados por las fieras en medio de la noche.

Que el resto tuvo que entregarse de hambre á la división española que los sitiaba, pues sólo tenían raíces y frutas silvestres para alimentarse. Después de esto, estuvieron en capilla para ser fusilados, cuando la batala de Junín vino á salvarlos.

El virrey ordenó entonces que fuesen trasladados á la ciudad de La Paz, para ser quintados allí, reservándose el resto para canjearlos con los prieioneros españoles. De La Paz habían pasado á la iala de Esteves. Allí se vieron reunidos por último todos los prisioneros de la sublevación del Callao, que tuvieron bastante fortaleza para sobrevivir á la misoria, á la fatiga, al hambre, al plomo español, å las fieras de los bosques y á la forocidad no menor de los carceleros realistas.

La batalla de Ayacucho puso fin á tan melancólico cautiverio.