Pedro Rodríguez Campomanes (Retrato)
EL CONDE DE CAMPOMANES.
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Dotado de un talento extraordinario y una memoria prodigiosa, estudió las Humanidades, la Filosofía y el Derecho civil y canónico, con el aprovechamiento que era consiguiente á su capacidad natural y á su rara aplicación. Supo las lenguas griega, árabe y hebrea; entendía las de todas las naciones cultas de Europa, y hablaba la francesa y la italiana. Admitido en 1744 á ejercer en la Corte la profesión de Abogado, y en medio de los muchos negocios que su fama atraía á su bufete, halló tiempo para escribir un tomo bastante abultado sobre la causa de los Templarios, y para traducir del árabe los capítulos 1.° y 3,° de la 2.ª parte de la Agricultura del Sevillano Abu Zacaria-Ebn el Awan. La celebridad adquirida en el foro le elevó en 1755 á la plaza de Asesor de Correos con honores del Consejo de Hacienda, destino que desempeñó con su acostumbrado zelo hasta 1762, en que fue nombrado Fiscal de Castilla, alta é importante dignidad que debió, sin solicitarla, á su brillante y bien merecida reputación. Durante su comisión de Correos dió á luz una Ordenanza nueva de este ramo, el Itinerario de las carreras de Postas dentro y fuera del Reino, y la noticia geográfica de las Provincias y Caminos de Portugal, que adornó con un mapa trabajado con particular inteligencia. Por el mismo tiempo tradujo del griego é ilustró con notas muy eruditas el Periplo de Hannon, obra preciosa, que publicó con una disertación crítica sobre la antigüedad marítima de Cartago. Elevado á la Fiscalía del Consejo Real imprimió todavía algunas obras y escribió otras, que aun permanecen inéditas, sin que por estas distracciones literarias padeciesen el menor retraso los muchos y voluminosos expedientes que diariamente tenia que despachar. Pertenecen á las primeras el tratado de Amortización, el Juicio imparcial y los Discursos sobre la industria y educación popular con su apéndice, obras colocadas ya por los economistas y políticos entre las mas señaladas de su clase. Corresponden á las segundas el comercio libre de América, y la colección de los Concilios de España, cuyos manuscritos existen en poder del actual Conde de Campomanes, á cuya piedad filial no ha permitido publicarlas la calamidad de los tiempos.
La felicidad de los que el autor alcanzó, viviendo bajo un Príncipe que abrazaba y protegía con todo su poder cuantas ideas de pública utilidad le presentaban sus Ministros, permitió al Fiscal de Castilla aprovechar hábilmente en beneficio de la Nación las favorables ocasiones, que sin cesar le proporcionaba su empleo. Asi apenas hubo pensamiento útil que no promoviese con infatigable ardor. Testigos son las providencias y Cédulas Reales expedidas á propuesta suya sobre el comercio libre de granos, Personeros y Diputados del común, poblaciones de Sierramorena, nuevo plan de Estudios para las Universidades del Reino, treguas con las Potencias berberiscas, Escuelas gratuitas, Sociedades económicas, rompimientos de terrenos incultos y baldíos, descuages, acotamientos, plantíos y sementeras, y sobre el interesante ramo de la Mesta, objeto en que trabajó con tan singular empeño, que llegó hasta salir de Madrid para conferenciar con los mayorales y pastores; logrando asi deslindar y poner en claro los derechos de los verdaderos mesteños y serranos, y conciliar sus privilegios con el fomento que reclamaban, y recibieron, la agricultura y población de la hasta entonces tan perjudicada Extremadura. Pero en lo que mas sobresalió su ilustrado patriotismo fue en los delicadísimos expedientes que ocurrieron en su tiempo relativos á la regalía: árduas y peligrosas materias en que parecia imposible hermanar, como lo hizo Campomanes, la piedad cristiana y el respeto debido á la Cabeza de la Iglesia con el valor y la entereza que un Fiscal del Consejo debe mostrar al defender los derechos de la Soberanía. Tan relevantes servicios hechos al Rey y á la Patria, durante la Fiscalía por el Conde de Campomanes, no fueron sin embargo superiores á los méritos que contrajo en el gobierno del Consejo, ya como interino, ya como propietario, desde Octubre de 1783 hasta Abril de 1791, habiendo dado en esta primera magistratura de la Monarquía reiteradas pruebas de que su talento era igual para promover y para concluir los negocios mas difíciles.
Estos méritos singulares fueron los que el Monarca quiso premiar en el Gobernador de su Consejo, cuando al mandarle cesar en las penosas tareas de la Judicatura le nombró Consejero de Estado, dejándole todos sus sueldos y emolumentos; y en efecto el Conde miró esta Real orden como la mayor gracia que pudiera obtener del Soberano: por eso exclamó al recibir la noticia: Gracias a Dios que se me concede un intervalo entre los negocios y la muerte; sentencia cristiana, que por sí sola manifiesta cuales eran en medio de los honores mundanos los piadosos sentimientos del Conde de Campomanes. Bien lo acreditó ademas en los últimos años de su vida, dedicando al cuidado de su eterna felicidad cuantos instantes le dejaban libres las frecuentes consultas con que la Superioridad interrumpia de tiempo en tiempo el mismo descanso que le había concedido. Asi fue como lleno de resignación falleció á los 78 anos de su edad, colmado de justos honores literarios dentro y fuera del Reino. Dentro fue Director de la Real Academia de la Historia, é individuo de la de la Lengua; y fuera miembro corresponsal de la de Inscripciones de Paris y de la Sociedad filosófica de Filadelfia, habiendo sido propuesto también para el Instituto de Francia.
Nació en Sorriba, Principado de Astúrias, Concejo de Tineo, en Junio del año de 1724. Octavo la merced de Título de Castilla en 20 de Junio de 1780, fue condecorado con la Gran Cruz de Cárlos III en 12 de Noviembre de 1789, y murió en Madrid á 3 de Febrero de 1802.