Primer artículo de LA ESPERANZA sobre los judíos refugiados en las costas españolas en respuesta a EL CLAMOR PUBLICO

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 El Clamor Público, contestando ayer al articulo en que hablábamos de la conducta que ha seguido y de la que, á nuestro entender, debe seguir en lo sucesivo el gobierno respecto á los judíos refugiados en las costas del Mediodía de España, se esplica con la libertad que distingue á los ingobernables. No solo tergiversa y confunde dos cuestiones distintas, porque asi necesitaba hacerlo para salir del paso, sino que nos atribuye lo que jamás se nos ha pasado por la mente, según lo vamos á probar analizando uno por uno sus principales conceptos.

 Sin distinguir entre la tolerancia civil y la religiosa, como nosotros lo hicimos, dice en tono irónico que nosotros procuramos con cuidado advertir que el apoyo dado por el gobierno á los hijos de Israel no significa tolerancia con sus creencias, puesto que con arreglo á las leyes del país no se les debe permitir ningún acto esterior de su religion, y que como la tolerancia está condenada por la Iglesia, por impía y absurda, será bueno enviar cerca de los emigrados algunos misioneros católicos, hisopo en mano, para convertirlos á la fe de Cristo.

 Alarmado nuestro tolerante colega por el consejo que dábamos al ministerio para que procurase por los medios que la religion católica prescribe la conversion de los judíos, esclama luego lleno de liberalesca indignacion:

 «Cada dia nos dan los partidarios del antiguo régimen nuevas pruebas de su espíritu mezquino y de su estrechez de miras; y aun en los momentos que parecen mas tolerables é imparciales, se muestran mas fanáticos y menos escrupulosos en los medios para conseguir sus fines.»

 Si fuera verdad lo que nuestro colega agrura, no habría palabras bastantes en el Diccionario de la lengua, ni anatema suficiente en la Iglesia para condenar nuestra conducta, dado que, según él, pretendemos nada menos que la compra á beneficio de la Iglesia cristiana, de las creencias de los judíos, á cambio de la hospitalidad que reciben y del socorro que el gobierno les da en España, empleando al efecto medios coercitivos que el espíritu cristiano y el derecho de gentes rechazan.

 «El que desea cambiar, dice, su religion por la nuestra tiene la puerta abierta para ello, y nosotros celebraríamos que tantas almas se ganasen para el cielo; mas no queremos conversiones impuestas por el temor ó el cebo de la ganancia, como quiere nuestro colega absolutista.»

 Bien sea por ligereza, bien por necesidad, ó, sea, porque no podía salir de otro modo del apuro, el articulista de El Clamor ha faltado á las reglas de la discusion, poniendo en nuestra boca aseveraciones del todo contrarias á las que emitimos el martes. Dejando á su conciencia periodística la responsabilidad de su conducta y su calificacion al juicio de los que hayan leído nuestros escritos, nos limitaremos á combatir los errores de hecho y de derecho que ha cometido.

 Al decir que la tolerancia religiosa en principio no es absurda é impía, demuestra nuestro colega que no tiene idea de lo que es la tolerancia, ó que le faltan las convicciones católicas que debe tener. Una cosa es la tolerancia civil y otra la tolerancia teológica. La primera puede á veces ser necesaria; pero nunca la segunda, porque se opone abiertamente al dogma católico extra Ecclesiam nulla salus. Para defender la tolerancia religiosa es preciso probar que todas las religiones son verdaderas, que dentro de cualquiera secta puede alcanzar el hombre su último fin, lo cual es un absurdo. La verdad es una é indivisible: el error podrá ser y es efectivamente múltiple; pero por lo mismo es metafísicamente opuesto á ella. De consiguiente, la razon no puede menos de condenar las falsas religiones, proclamando escluisivamente por buena á la católica, que es la única verdadera.

 Recapacitando un poco sobre la tolerancia de derecho ó dogmática, resulta que Dios deberia ser el autor de verdades contradictorias, dispensando igual proteccion á los fieles que á los herejes y paganos que voluntariamente permanecen en el error; lo cual, sobre absurdo, es impío. Ademas de que esta doctrina indiferentista haria inútil la revelacion y pondria á Dios en pugna consigo mismo, contra lo que se lee en los Números cap. xxiv, v. 19: Non est Deus quasi homo ut mentiatur, nec ut filius hominis ut mutetur.

 Con el ejemplo de los mismos protestantes, que han perseguido de muerte á los que se han separado de sus sectas, ó no han querido adherirse á ellas, se pudiera justificar plenamente la intolerancia de hecho; pero los príncipes católicos , lejos de aprovecharse de la pena del Talion, han consentido á veces la libertad de cultos bajo ciertas condiciones, cuando de impedirla pudieran haberse seguido á la Iglesia mayores males, y por razones que al articulista de El Clamor se le han ocultado. En Roma, por ejemplo, los judíos tienen sus sinagogas; pero es para que sirvan de testimonio perenne de la divinidad de nuestra Religion, apoyada en la verdad de las profecías. Aparte de que la libertad que allí gozan está tan limitada como todos sabemos, y, sobre todo, compensada con las misiones á que los judíos tienen obligacion de asistir en días determinados. Estos motivos que justifican la tolerancia religiosa en los Estados romanos, no pueden tener lugar respecto á los paises donde la unidad católica se halle constituida de derecho y de hecho.

 Oponiéndose, pues, abiertamente la libertad de cultos á las leyes fundamentales de la monarquía española, no puede en manera alguna consentir el gobierno la manifestacion esterna de las creencias judaicas, sin hacerse reo de alta traicion y enajenarse la voluntad de todos los españoles. Las innumerables protestas contra la base 2.ª, de infausta memoria, son un hecho que jamás deben olvidar los hombres que hoy están en el poder.

 Tambien se propasa El Clamor Público, suponiendo que nosotros aconsejamos al ministerio que emplease la fuerza para obligar á los judíos á que abjuraran de su religion. Tan distantes estábamos de eso, que el único medio que nosotros propusimos para su conversion fue el de las misiones, que nadie hasta ahora ha calificado de violento. Y no pedíamos la asistencia de los hebreos á ellas como pago del alimento corporal que les damos, sino como un nuevo beneficio.

 Mucho vale la hospitalidad que proporciona comodidades y libra al cuerpo de las miserias materiales; pero infinitamente mas preciados son los socorros que curan las llagas del espíritu. Si El Clamor Público y otros miran con indiferencia la muerte eterna de los desgraciados judíos acogidos á nuestras playas, los demas católicos no. La causa de esta manera de considerar los deberes de la caridad, no hay para qué esplicarla. El pueblo español, eminentemente religioso y caritativo, la comprende perfectamente.

  Pedro de la Hoz

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