Ir al contenido

Rafael (Lorenzo tr.)/IX

De Wikisource, la biblioteca libre.
VIII
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
IX
X

IX

Pero la familia del viejo doctor no tenía la misma altivez de corazón para respetar el secneto. La curiosidad natural de los huéspedes de esas casas que viven de los extranjeros interpretaba en la mesa todas las circunstancias, todas las probabilidades, todos los indicios más positivos que podía recoger respecto de la joven extranjera. Sin interrogar, y aun evitando provocar la conversación sobre ella, supe lo poco que trascendía de aquella vida oculta. En vano desviaba yo la conversación; todos los días, a la hora de comer, recaía sobre el mismo asunto: hombres, mujeres, niñios, muchachas, bañistas, criados de la casa, guías de las montañas, bateleros del lago, todos, se habían sentido impresionados, conmovidos, enternecidos por ella, sin que ella hablase con ninguno. Ella era el pensamiento, el respeto, la distracción, la admiración de cada uno; hay seres así, que centellean, que deslumbran, que todo lo arrebatan a su esfera de acción, en derredor de sí, sin pensarlo, sin quererlo, sin saberlo siquiera. Diríase que ciertas naturalezas tienen un sistema, como los astros, y hacen gravitar las miradas, las almas y los pensamientos de sus satélites sobre su propio movimiento. La belleza física o moral es un poder; la fascinación, su cadena; el amor, su emanación. Se las sigue a través de la tierra y hasta el cielo, donde se pierden jóvenes; y cuando ya no se las ve, el ojo queda como ciego de deslumbramiento. No se mira más, o ya no se ve nada. El mismo vulgo adivina a esas seres superiores en yo no sé qué señales. Los admira sin comprenderlos, como los ciegos de nacimiento, que presienten los rayos de la luz sin ver el Sol.