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Rafael (Lorenzo tr.)/LVII

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LVI
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
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Llegó, por fin, el día en que pude contar las horas que me separaban de Julia. Todos los menudos recursos que pude allegar no se elevaban a la suma suficiente para pasar en París tres o cuatro meses. Mi madre, que veía mi angustia, sin saber su verdadero motivo, sacó de sus jo yeros, que ya su ternura había dejado vacíos, un grueso diamante montado en una sortija. El único, ¡infeliz!, que le quedaba de las alhajas de su juventud. Me le deslizó secretamente en la mano, llorando: "Yo sufro tanto como tú, Rafael me dijo con cara triste, al ver que tu juventud se consume en la ociosidad de un pueblo o desvariando por los campos. Siempre he esperado que los dones de Dios, a quien he bendecido en ti, desde tu primera infancia, te harían notable en el mundo y te abrirían algún camino de fortuna y honor. La pobreza con que luchamos no nos permite abrírtele nosotros mismos.

Dios no lo ha querido hasta ahora. Hay que someterse con resignación a su voluntad, que siempre es lo mejor. Pero te veo, con desesperanza, sumido en ese decaimiento moral que sucede a los esfuerzos infructuosos. Tentemos una vez más el destino. Parte, puesto que el suelo de este país te abrasa los pies. Vive en París algún tiempo.

Llama con reserva y dignidad a las puertas de los antiguos amigos de nuestra familia que hoy gozan de renombre. Da a conocer los escasos talentos que la Naturaleza y el trabajo te han dado.

Es imposible que los jefes del nuevo Gobierno no quieran rodearse de jóvenes capaces, como tú lo serás, de servir, sostener y decorar el reinado de los príncipes que Dios nos ha dado. Tu pobre padre, bastante trabajo tiene con educar a sus seis hijos y no caer por bajo de su rango en los apuros de nuestra vida rústica. Tus otros parientes son buenos y cariñosos, pero no quieren comprender que necesita acción y aire que respirar la actividad devoradora de un alma de veinte años. Aquí tienes mi última joya." Prometí a mi madre no desprenderme de ella sino en un caso de suprema necesidad. "Tómala, véndela; que te sirva para vivir en París unas semanas más! ¡Es la última prenda de ternura que yo entrego por ti a la lotería de la Providencia! Te traerá buena 'suerte, porque con ese anillo van tódas mis oraciones, toda mi ternura y toda mi solicitud." Cogí el anillo besando la mano de mi madre y dejando caer sobre el diamante una lágrima. No me sirvió, ¡ay!, para buscar o esperar el favor de los hombres poderosos y los príncipes, que huían de mi obscuridad, pero sí para vivir tres meses la vida del corazón, un solo día de la cual vale por siglos de grandezas. Aquel diamante sagrado fué para mí la perla de Cleopatra disuelta en la copa de mi vida, donde bebí algún tiempo el amor y la felicidad.