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Rafael (Lorenzo tr.)/LXII

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LXI
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
LXII
LXIII

LXII

Julia me presentó a monsieur de Bonald como el joven cuyos versos había leído. El se asombró de mi juventud y me acogió con indulgencia. Habló con Julia con la llaneza paternal de un hombre ilustre por el talento y serenado por la edad que busca en una mujer joven un vago reflejo de belleza para sus ojos y unas horas de tranquila charla para rematar el día. Su voz era profunda, como una voz que viene del alma. Su conversación se explayaba con esa grave y graciosa negligencia de un espíritu que se desciñe para reposar. El acento de aquel excelente anciano era a su palabra lo que el carácter a su frente. Como la conversación se prolongaba y el reloj señalaba la media noche, crei que debía yo salir el primero para disipar toda sombra de sospecha de una familiaridad demasiado íntima en el ánimo de aquel amigo de la casa, más antiguo y respetable que yo. No me llevé más que una mirada y un silencio como premio de una espera tan abrasadora y un viaje tan duro. Pero me llevaba también su imagen y la certidumbre de verla ya todos los días; era bastante, era demasiado. Discurrí mucho tiempo por los muelles de París, abriendo mi capa al aire y mis labios al viento para refrescar mi pecho y calmar la fiebre de felicidad que me agitaba. Cuando volví a casa, V llevaba varias horas durmiendo. Yo no pude dormir hasta la primera luz del alba, cuando ya llenaban los gritos de los vendedores las calles de París... ... ... ... ...

Fueron aquéllos los días más inmutables de mi vida, porque no fueron sino un solo pensamiento concentrado en mi alma y en mi misma fisonomía, como un perfume del cual no se quiere dejar evaporarse una sola particula exponiéndola al aire exterior.

Me levantaba a la primera claridad del día, tardío en la sombría alcoba de la antecámara donde mi amigo me albergaba como a un mendigo del amor. Empezaba mi jornada por una larga carta a Julia. Así reanudaba, con la cabeza en scsiego, la conversación de la víspera. Explayaba las ideas que se me habían ocurrido después de separarme de ella. ¡Tiernos olvidos, deliciosos re, mordimientos del amor de que él se acusa, que él se reprocha y que le privan de todo sosiego hasta que los ha reparado; diamantes caídos del alma o de los labios del objeto amado, que hacen retroceder sobre sus pasos el pensamiento del amante para reunirlos y aumentar el tesoro de sus sentimientos! Julia recibía esta carta al despertar, como una continuación de la conversación de la noche, que hubiese proseguido en voz baja, en su estancia, durante su sueño. Yo también recibía la respuesta antes del mediodía.

Apaciguado así mi corazón de la turbación de la madrugada, empezaba a dominarme la impaciencia por la entrevista de la noche inmediata, y me esforzaba por calmarla. Proporcionaba intensas distracciones, no a mi alma, sino a mi pensamiento y a mis ojos. Habíame impuesto largas horas de lectura, estudio y trabajo, a fin de lograr que desapareciese el tiempo entre la hora en que me separaba de Julia y el momento en que volvía a verla. Quería perfeccionarme, no para los demás, sino para ella. Quería que el hombre a quien amaba no la hiciese ruborizarse de haberle preferido; que los hombres superiores que formaban su sociedad, y que algunas veces me hallaban en su salón como una esfinge modesta, de pie, en el rincón de la chimenea, o como una estatua de la contemplación, descubriesen, si por acaso me dirigían la palabra, un alma, una inteligencia, una esperanza, un porvenir bajo el exterior de aquel joven desconocido, tímido y silencioso. Además, yo me hacía no sé qué confusas ilusiones de actuación brillante, de destino activo, que tal vez un día llegaría a arreba tarme como el torbellino arrancaba la hoja del árbol en el humilde jardín de mi padre para llevarla a lo más alto de los aires; ¡destino que haría gozar a Julia viéndome, lejos de combatir con la fortuna, luchar con los hombres, elevarme en fuerza, en grandeza y virtud, y ella se gloriaría por lo bajo de haberme adivinado antes que la muchedumbre y de haberme amado antes que la posteridad!