Ir al contenido

Rafael (Lorenzo tr.)/LXIX

De Wikisource, la biblioteca libre.
LXVIII
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
LXIX
LXX

LXIX

Entremezclé con estos intensos estudios el que más me había atraído desde mi niñez: el estudio de la diplomacia o de las relaciones de los gobiernos entre sí. Un azar me abrió el camino.

Había yo escrito durante mi aplicación a la Economía política un folleto de un centenar de páginas sobre una cuestión que preocupaba vivamente los espíritus. Se titulaba así: ¿Cuál es el lugar que la nobleza debe ocupar en Francia bajo un Gobierno constitucional? Trataba este asunto, delicadísimo en tales momentos, con el buen sentido instintivo y bastante claro que me había dado la Naturaleza, y con la imparcialidad de un espíritu joven e independiente que se eleva sin esfuerzo sobre las vanidades de arriba, las envidias de abajo y los prejuicios de su tiempo.

Hablaba con amor del pueblo, con inteligencia de las instituciones, con respeto de aquella nobleza histórica cuyos apellidos han sido durante mucho tiempo el nombre mismo de Francia en los campos de batalla, en la magistratura y en el extranjero. Proponía la supresión de todo privilegio de nobleza que no fuese la memoria de los pueblos, que no se suprime. Pedía la pairía electiva, y demostraba que en un país libre no hay otra nobleza que la de elección, perpetuo estimulante al servicio del país y recompensa temporal del mérito o la virtud de los ciudadanos.

Julia, a quien yo había dejado el manuscrito pana que comparticse mis trabajos como compartía mi vida, se lo dió a leer a un hombre distinguido, de su intimidad, por cuyos juicios sentía extrema deferencia. Aquel señor era monsieur de M, digno hijo del ilustre miembro de la Asamblea constituyente, mucho tiempo secretario del emperador, ya la sazón realista constitucional, uno de esos espíritus que no tienen juventud, que nacen maduros y mueren jóvenes, dejando una alta vida en su tiempo. Monsieur de M, después de leer mi trabajo, preguntó a Julia quién era el hombre político que había escrito aquellas páginas. Ella, sonriendo, le confesó que eran obra de un muchacho muy joven, sin nombre ni experiencia ni antecedentes en las cuestiones públicas.

Monsieur de M quiso verme para creerlo. Le fui presentado. Me mostró una benevolencia que luego se convirtió en amistad, y que no se ha desmentido hasta su lecho de muerte. No se imprimió aquel trabajo, pero monsieur de M me presentó a su amigo monsieur de Rayneval, espíritu lumino80, corazón abierto, inteligencia atrayente y jovial, aunque laboriosa y grave. Era entonces el alma de nuestros secretos exteriores. Murió de embajador en Madrid. Monsieur de Rayneval, que había leído mi trabajo, me acogió en su casa con esa amabilidad alentadora, esa sonrisa cordial que suprimen la distancia y llenan de ánimo a la primera mirada el corazón de un joven. Era uno de esos hombres de quienes gusta aprender, porque parecen explayarse enseñando, y dan en vez de imponer. Se conocía mejor a Europa en unas mañanas de conversación con él que en una biblioteca de diplomacia. Tenía ese talento innato de las negociaciones que se llama tacto. Le debo la afición a estos asuntos que él manejaba, reconociendo toda su importancia, pero sin sentir su peso. Su fuerza lo hacía todo leve, su facilidad daba espiritualidad a los negocios. Mantuvo en mí el deseo de entrar en la carrera diplomática.

El mismo me introdujo en casa de monsieur de Hauterive, director de los Archivos, y le autorizó para franquearme los documentos de nuestras negociaciones. Monsieur de Hauterive, anciano encanecido sobre los legajos, era la tradición inmutable y el dogma viviente de nuestra diplomacia. Con su estatura imponente, su voz sorda, sus cabellos espesos y empolvados, sus largas cejas que som breaban unos ojos tiernos y profundos, tenía el aspecto de un siglo que hablase. Me recibió como un padre, contento de transimitirme la herencia de sus viejas economías de ciencia; me hizo leer, compulsar, trabajar y anotar bajo su mirada, en su despacho. Dos veces por semana iba yo a estudiar unas horas bajo su dirección. Siento cariño por el recuerdo de aquella jugosa y pródiga ancianidad, que así se daba a un joven de quien ni siquiera el nombre conocía. Monsieur de Hauterive murió durante el combate de julio de 1830 y al ruido del cañón que desgarraba la política de la Casa de Borbón y los tratados de 1815.