Rafael (Lorenzo tr.)/LXXI
LXXI
Para matar el tiempo, paseaba de punta a punta el puente que cruza el Sena casi enfrente de la casa que habitaba Julia. ¡Cuántas miles de veces no habré yo contado las losas de ese puente, que resonaban a mi paso! ¡Cuántas monedas de cobre no habré echado, al pasar, en el platillo de hoja de lata del pobre ciego sentado, nevase o lloviese, al pie del parapeto de ese puente! ¡Suplicaba yo que mi óbolo, resonando en el corazón del infeliz, y repercutiendo desde allí en el oído de Dios, me deparase en premio la marcha de uno de los importunos que retardaban mi dicha y la seguridad de una larga noche!
Sabiendo Julia cuánto me desagradaba encontrar extraños en su casa, tenía convenida conmigo una señía que, desde lejos, había de comuni carme la ausencia o la presencia de visitantes en su saloncillo. Cuando había gente, las maderas de su ventana estaban cerradas, y yo no veía más que el resplandor de las bujías que se filtraba entre los dos batientes. Cuando no había más que uno o dos íntimos que iban a retirarse, uno de los dos batientes aparecía cerrado. Y cuando se habían ido todos, los dos batientes se abrían, así como los cortinajes, y yo podía ver desde la otra orilla la claridad de la lámpara colocada sobre la mesa en que ella leía o escribía esperándome. Mis ojos no perdían nunca de vista aquel fulgor lejano, visible e inteligible sólo para mí entre tantos millares de fulgores de ventanas, faroles, tiendas, carruajes, cafés y de esas avenidas de luces móviles o inmóviles que de noche iluminan las fachadas y los horizontes de París.
Todas estas iluminaciones desaparecían para mí.
No había más claridades en la tierra ni otra estrella en el firmamento que aquella ventanita redonda que se abría para mí como un ojo que me buscase en la sombra, y hacia la cual se dirigían únicamente mis ojos, mi pensamiento y mi alma.
¡Oh poderío incomprensible de esta infinita naturaleza del hombre que puede llenar los espacios de mil universos y aun hallarlos estrechos para su universalidad, o puede concentrarse en un solo puntito luminoso, que brilla a través de la bruma de un río entre el océano de luces de una ciudad inmensa, y encontrar su infinito de deseos, de sentimientos, de inteligencia y de amor en esa sola chispa que no rivalizaría sin trabajo con el gusano de luz en una noche de estío! ¡Cuántas veces me repetía yo esto al dirigirme, embozado hasta los ojos, a mi puente obscuro! ¡Cuántas veces no grité, al divisar aquella claraboya brillante en la lejanía: "Dios mío! Soplad sobre todas las claridades de la tierra, apagad todos esos globos luminosos del firmamento, pero dejad que # 2 luzca eternamente esa débil claridad, misteriosa estrella de dos vidas! ¡Ese fulgor alumbrará bastante todos los mundos y será suficiente para mis ojos por toda vuestra eternidad!" ¡Ay! Yo vi después extinguirse aquella estrella de mi juventud, aquel hogar de mis ojos y de mi corazón! Yo vi los postigos de las ventanas permanecer largos años cerrados sobre la fúnebre obscuridad de la pequeña estancia. Después los vi reabrirse un día, un año; después me decidí a mirar para ver quién se atrevia a vivir donde había vivido ella; después vi en aquella ventana, inundada de sol y adornada con flores, a una joven desconocida que jugaba y sonreía con un niño recién nacido, sin saber que jugaba sobre un sepulero, que sus sonrisas se convertían en lágrimas en los ojos de un transeunte y que aquella vida era una ironía de la muerte... ¡Después voiví muchas veces, de noche, y todavía vuelvo to dos los años para acercarme a aquel muro con pasos temerosos, tocar aquella puerta, sentarme en aquel banco de piedra, mirar los resplandores, escuchar los ruidos que vienen de allá arriba y figurarme un momento que veo el reflejo de su lámpara, que oigo el timbre de su voz, que voy a llamar a la puerta, que ella me espera y que voy a subir!... ¡Oh memoria! ¿Eres un beneficto del cielo, o un suplicio infernal?
PRI .. ........... —Pero, perdón, amigo mío; puesto que lo deseas, prosigo mi relato, —
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