Rafael (Lorenzo tr.)/XC
XC
El médico se interesó por mí con la mayor ternura. Diríase que Julia le había transmitido una parte de su cariño. Comprendió bien mi mal, sin dejarme ver que lo comprendía. Se conocía él demasiado en achaques de pasión moral para no reconocer sus síntomas en nosotros. Me ordenó partir, bajo pena de muerte. Hizo que su decisión me fuese impuesta por Julia. Le comunicó sus temores. Pidió al amor la tierna autoridad que me arrancase al amor. Dulcificó la separación con la esperanza. Me mandó pasar primero algún tiempo con mi familia y luego volver a los baños de Saboya, donde Julia se me uniría, por orden suya, a principios de otoño. Su piedad no parecía sobresaltarse por los indicios de mutua pasión amorosa, que no podía haber dejado de observar en nosotros. Para él, aquel fuego era una purificación más que una falta. Su fisonomía no nos revelaba más que la indulgencia del hombre y la piedad de Dios. Así desató, para salvarnos a ambos, un lazo que iba a ahogarnos en una misma muerte. Por fin, accedía a partir yo el primero. Julia juró que me seguiría de cerca. Mejor que sus juramentos lo juraban sus lágrimas, su palidez, el temblor de sus labios! Se acordó que yo saldría de París en cuanto mis fuerzas me permitiesen viajar. El día 18 de mayo fué el señalado para mi marcha.
Una vez resuelta tan próxima separación, contábamos los minutos por horas y las horas por días. Habríamos querido acumular y concentrar los años en un segundo para disputar y arrebatar al tiempo por anticipado la dicha de que íbamos a privarnos durante tantos meses. Aquellos días fueron de delicias, pero también de angustia y de agonía. En cada mirada, en cada frase, en cada apretón de manos, sentíamos el frío del mañana que se acercaba. Tales dichas no son dichas: son torturas del corazón y suplicios del amor!
Consagramos a nuestra despedida todo el día que precedió al de mi marcha. Queríamos darnos el adiós, no en la sombra de los muros que sofocan el alma y bajo la mirada de los importunos que repele el corazón, sino bajo el cielo, al aire libre, en la luz, en la soledad y en el silencio. La Naturaleza se asocia a todas las sensaciones del hombre. Las comprende y parece compartirlas como un confidente invisible. ¡Las lleva al cielo para divinizarlas!