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Rafael (Lorenzo tr.)/XCVIII

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XCVII
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
XCVIII
XCIX

XCVIII

Desde el borde de aquella meseta y desde las terrazas desmanteladas del viejo monasterio se divisa, al caer la tarde, el más embriagador horizonte que puedan gozar los ojos de un solitario, un contemplador o un amante: la sombra verde y húmeda de la montaña, con el rumor de un manantial y el estremecimiento de su follaje, a la espalda; delante, las ruinas, los lienzos de muro festoneados de hiedra, las arcadas llenas de noche y de misterio; el lago y sus ondas muertas que, una tras otra, van desarrollando sus franjas de espuma, como pliegues de la șábana de su lecho, para conciliar el sueño sobré la fina arena al pie de las rocas. En la orilla opuesta, las montañas azules, envueltas en sombras transparentes; a la derecha, y hasta perderse de vista, la avenida, luminosa de agua y cielo que el sol poniente tiñe de púrpura. Yo me sumergía en aquellas sombras y en aquella luz, en aquellas nubes y en aquellas olas; me asimilaba aquella naturaleza y creía asimilarse también la imagen de lo que era toda aquella naturaleza para mí. Me decía:

La he visto allí! ¡Esa era la distancia que me separaba de su lancha cuando la vi luchando con la tormenta! ¡Esa es la playa adonde abordó! Ese es el huerto donde tuvimos aquella larga confidencia, al sol, y donde ella volvió a la vida ·252 para darme dos vidas a mí! ¡Ahí están, en la lejanía, las cimas de los álamos de la gran avenida, que se extienden como una serpiente verde que sale de las aguas! ¡He ahí las quintas, las praderas, los castañares, los caminos excavados, en lo bajo de las montañas donde yo cogía las flores, las fresas, las castañas con que llenaba su delanta!!

Aquí me dijo ella tal cosa; allí le confesé tal secreto de mi alma; más allá pasamos toda una tarde en silencio, mirando al sol poniente, lleno de entusiasmo el corazón, sin voz en la garganta. En esas ondas quiso morir. En esta playa me juró que viviría. ¡Bajo aquel grupo de nogales, entonces deshojados, me dijo adiós y prometió que volvería a verla antes que hubiesen amarilleado las nuevas hojas! Ya van a amarillear. Pero el amor es tan fiel como la Naturaleza. Dentro de unos días la volveré a ver... La veo ya, porque, ¿no estoy aquí para esperarla? Y esperar de este modo, ¿no es ver ya?