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Rafael (Lorenzo tr.)/XIV

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XIII
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
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Pero estaba mi corazón demasiado lleno de sus propias impresiones para que pudiesen interesar le aquellas soledades. El ascetismo y el entusiasmo de los primeros monasterios viníeron a convertirse en una profesión. Más tarde, las vidas sin lazos de fraternidad ni utilidad para el mundo se evaporaron en los claustros y no dejaron trazas ni lamentaciones sobre las tumbas. Sólo admiraba yo la prontitud con que la Naturaleza se apodera de los lugares vacíos y las moradas abandonadas por el hombre, y cuán superior e.su arquitectura viviente de arbustos que arraigan en los cimientos, zarzas, hierbas flotantes, alhelíes colgantes, plantas trepadoras que tienden su tupido manto sobre las brechas de los muros, a la fría simetría de las piedras y a la decora ción muerta del cincel de los hombres. Había más sol, más perfumes, más murmurios, más santas salmodias de los vientos, de las aguas, de los pájaros, de los ecos sonoros del lago y de los bosques entre las columnas ruinosas, en las naves desmanteladas y bajo las bóvedas desgarradas, que antaño fulgores de cirio, vapor de incienso y cantos monótonos en las procesiones que las poblaban día y noche. La Naturaleza es el gran sacerdote, el gran decorador, el gran poeta sacro y el gran músico de Dios. El nido de golondrinas donde los pequeñuelos llaman y saludan al padre y a la madre bajo la cornisa desportillada de un viejo templo; los suspiros del viento del mar, que parecen llevar a los claustros despoblados de la montaña las palpitaciones de la vela, los gemidos de la ola y las últimas notas del canto de los pescadores; las emanaciones embalsamadas que cruzan la nave a veces; las flores que se deshojan y cuyos estambres llueven sobre los sepulcros; la ondulación de los lienzos de verdura que tapizan los muros; el eco sonoro del paso del visitante por los subterráneos donde duermen los muertos, todo esto es tan piadoso, tan recogido, tan infinito de impresiones como lo era antes el monasterio en todo su sagrado esplendor.

Sólo hay de menos los hombres, con sus miserables pasiones humilladas por la angostura del recinto en que las habían confinado, pero no se pultado; pero hay de más un Dios nunca tan vi sible y perceptible como en la Naturaleza; Dios, cuyo esplendor sin sombra parece devolver a esas tumbas el espíritu con los rayos de sol y la vista del firmamento, que las bóvedas no interceptan ya.