Ir al contenido

Rafael (Lorenzo tr.)/XLII

De Wikisource, la biblioteca libre.
XLI
Rafael: Páginas de los veinte años (1920)
de Alphonse de Lamartine
traducción de Félix Lorenzo
XLII
XLIII

XLII

Queríamos, antes de salir de Chambery y su amado valle, ir juntos a visitar la casita de Juan Jacobo Rousseau y de madame de Warens, en los Charmettes. Un paisaje no es otra cosa que un hombre o una mujer. Qué es Vaucluse sin Petrarca? ¿Qué es Sorrento sin el Tasso? ¿Qué es Sicilia sin Teócrito; el Paracleto sin Eloísa; Annecy sin madame de Warens; Chambery sin Juan Jacobo Rousseau? Cielo sin luz, voz sin eco, lugares sin almas. El hombre no anima solamente al hombre, sino a la Naturaleza entera.

Lleva consigo al cielo una inmortalidad, y deja otra en los lugares que ha consagrado. Buscando sus huellas, se las halla, y, en realidad, se conversa con él.

Llevamos con nosotros el volumen de las Confesiones, donde el poeta de los Charmettes describe aquel retiro campesino. Rousseau fué arrojado allí por los primeros naufragios de su destino y acogido en el regazo de una mujer joven, bella, juguete de la suerte y náufraga como él. Aquella mujer parecía haber sido hecha ex profeso, por la Naturaleza, de debilidades y virtudes, de sensibilidad y de licencia, de piedad y de independencia de espíritu para incubar la adolescencia del aquel extraño genio en cuya alma convivían un sabio, un amante, un filósofo, un legislador y un insensato. Otra mujer acaso habría hecho florecer otra vida. En un hombre se encuentra siempre entera la primera mujer a quien amó.

¡Feliz quien hubiese hallado a madame de Warens antes de su profanación! Era un ídolo adorable, pero ya hollado. Ella misma rebajaba el culto que un alma virgen y enamorada le rendía.

Los amores de aquel joven con aquella mujer son una página de Dafnis y Cloe, que fué arrancada del libro y ha reaparecido mancillada y sucia en el lecho de una cortesana.

No importa. Era el primer amor o el primer delirio de un hombre joven y hermoso. El sitio donde ese amor nació; el pabellón donde Rousseau hizo sus primeras confidencias; la estancia donde sintió el rubor de las primeras emociones; el corral donde el discípulo se gloriaba de descender a los más humildes trabajos corporales para servir a su amante en su protectora; los castaños dispersos a cuya sombra se sentaban .

juntos para hablar de Dios, intercalando en aqueIlas joviales teologías risas locas y caricias infantiles; dos figuras tan bien colocadas en el cuadro de aquel paisaje, tan bien confundidas en aquella Naturaleza salvaje, reconcentrada, misteriosa como ellas; todo aquello, tiene para los poetas, para los filósofos y para los amantes un atractivo oculto, pero muy hondo, que nos seduce sin que nos demos cuenta de él. Para los poetas, es la primera página de aquella alma que fué un poeta; para los filósofos, es la cuna de una revolución; para los amantes, el nido de un primer amor.