Rafael (Lorenzo tr.)/XVI
XVI
Esta sensación no tenía nada de preciso, de articulado ni de definido en mí. Era demasiado completa para ser medida, demasiado una para ser divisible por el pensamiento ni aun analizada por la reflexión. No era la belleza sobrenatural de la criatura que yo adoraba, porque todavía se extendía sobre su beldad y mis ojos la sombra de la muerte; ni el orgullo de ser amado por ella, porque yo ignoraba si para ella era algo más que un sueño de la mañana en sus ojos; ni la esperanza de poseer sus encantos, porque mi respeto estaba mil veces por encima de esas viles satisfacciones de los sentidos, y a ellas no podía rebajarme ni con el pensamiento; ni la vanidad, satisfecha de una conquista ostentable, porque esa fría vanidad no se ha acercado nunca a mi alma, y yo no tenía en aquel desierto nadie ante quien profanar mi amor desvelándole para alabarme de él; ni la esperanza de encadenar su destino al mío, porque sabía que ella pertenecía a otro; ni la certidumbre de verla y de seguir sus pasos, porque yo tampoco era libre, y a los pocos días el destino iba a separarnos; ni, en fin, la seguridad de ser amado, porque yo lo desconocía todo en su corazón, exceptuados el gesto y las palabras de reconocimiento que me había dirigido.
Era otra cosa: un sentimiento desinteresado, puro, tranquilo, inmaterial; la satisfacción de haber encontrado al fin el objeto, siempre buscado y no hallado nunca, de aquella adoración, dolorosa por falta de idolo; de aquel culto, inquieto y vago por falta de divinidad a quien rendírseJo, en que el alma se atormenta por la suprema belleza, hasta que llegamos a entrever su objeto y el alma se une a él como el acero al imán, o en él se confunde y se disuelve como el soplo de la respiración en las ondas del aire respirable.
Y, cosa extraña: yo no sentía ansia de volverla a ver, de oír su voz, de acercarme y hablar en libertad a quien era ya todo mi pensamiento y toda mi vida. La había visto y la llevaba en mí; nada, en lo sucesivo, podía privar a mi. alma de esta posesión; de cerca, de lejos, ausente o presente, yo la contenía en mí mismo; todo lo demás me era indiferente. El amor completo es paciente, porque es absoluto y se siente eterno.
Para arrancármele habría habido que arrancarme el corazón. Yo sentía aquella imagen tan mía como la luz es de los ojos una vez que la han mirado, como el aire es del pecho cuando le hemos respirado, como el pensamiento es del alma cuando ella le ha concebido. Yo retaba al mismo Dios a arrebatarme ya aquella aparición de mis deseos. La había visto y era bastante; para la contemplación, ver es gozar. Casi no me importaba que me amase o que pasara ante mis ojos sin advertirme. Su resplandor me había cegado y yo quedaba envuelto en sus rayos. Ni ella podía retirarlos de mí, como el Sol no puede recoger la luz con que ha inundado a la Naturaleza. Me parecía que no volvería a haber noche ni frío en mi corazón, aunque viviese un millar de años, porque ella luciría siempre como lucfa en aquel momento.